domingo, 5 de abril de 2015


        
Quinta parte
                                                           

                                                                             

        


        

                  51                                            

        

         Con pantalones cortos, blancos, y suéter color café, Cork esperaba ya con la mochila puesta sobre los hombros. Estaba parado en la plazoleta de Tlamacazcalco, llena de nieve. Llevaba puestos tenis de lona y los pies los había metido en una pequeña bolsa de plástico para evitar que se le enfriaran los pies. Sus botas las traía en la mochila. Mañana se las pondría. Cuando me vio trasponer la puerta del albergue me apresuró:

         - ¡Vamos, el Teocuicani nos espera!

         Detrás  venía Jorge Rivera. Mi amigo me dijo que, en efecto, se trataba de un viejo alpinista experimentado que había viajado  por algunos macizos montañosos del mundo.

          También subió caminando desde San Pedro Nexapa. En el camino hemos conversado.

         - ¿Cómo estás?- Agregué algo:- Dices que leíste el trabajo que el francés Charnay hizo en el siglo pasado.

         - También conozco el escrito de José Luis Lorenzo respecto de la búsqueda del Teocuicani… Por mi cuenta he emprendido varias ascensiones de exploración pero hasta ahora no he encontrado algo. Habrá que hacer una travesía hacia la ladera  sur del Popocatepetl.

         - Antes habrá que salvar la cabecera de la cañada Nexpayantla y pasar por la base de la pared norte del Abanico.

         - Así es.

         - Vamos pues. No se hable más del asunto.

         Superamos los primeros arenales con facilidad debido a la cantidad de nieve que los cubría. Alcanzado el lado sur del collado de la cumbre de la Torre Negra, descansamos un minuto dentro del cuadro somero de piedras del Adoratorio Nexpayantla. Este sitio arqueológico lo había descubierto Charnay. Estos adoratorios de alta montaña, de la época teotihuacana-tolteca, están abandonados por la arqueología oficial y la gente, en la creencia que son corrales para ganado, los destruye día con día. Llegar hasta aquí en el siglo diecinueve debió requerir organizar toda una expedición. Veinte kilómetros de subida desde Amecameca sin caminos ni albergues. Charnay tuvo que transportar víveres, herramientas y pesadas tiendas de acampar a lomo de recua mulas.  

         Enseguida emprendimos el descenso hasta el fondo de aquella parte de la cañada. Caminábamos hacia donde se encuentra la cruz metálica puesta aquí en memoria de Pompeyo, alpinista de la ciudad de México muerto unos años atrás en el lugar, debido a una roca procedente de las alturas nevadas de la pared del Abanico. Fue cuando escuchamos un estruendoso ruido, como explosión, producido hacia la segunda repisa nevada de la pared. A juzgar por el ruido se trataba de un gran bloque de roca que acababa de desprenderse y empezaba a cortar el aire en su caída libre para después dar grandes golpes cada vez que volvía a tocar la ladera demasiado  empinada de la montaña. Sin voltear a ver lo que se nos venía encima, y que seguramente nos aplastaría pues en ese momento nos encontrábamos en el fondo del embudo, en el lugar donde se produce la amplia base del Abanico para dar paso al principio de la Cañada Nexpayantla, emprendimos una loca y desesperada carrera hacia la ladera arenosa que teníamos enfrente. Correr con una mochila de quince kilos colgando de los hombros, en una altura de los cuatro mil quinientos y sobre un terreno accidentado y lleno de piedras de todos tamaños, es algo que se ejecuta solamente cuando se tiene en el aire una enorme roca  que vuela hacia uno. El solo hecho de quitarse las mochilas para escapar con más velocidad, alivianados del peso, nos hubiera exigido un tiempo del que no disponíamos. Corrimos al pasar frente a la cruz. Seguimos haciéndolo cuando estuvimos en la inestable ladera. Corrimos hasta no poder más. Finalmente nos tiramos sobre el talud pedregoso de enfrente. Íbamos a cubrirnos la cabeza con las mochilas pero tampoco tuvimos tiempo. Procuramos enterrar los rostros todo lo que pudimos en la helada arena negra. Nos pareció que el último rebote de aquella masa había tenido lugar a unos metros apenas bajo nuestras botas. Luego muchos fragmentos de roca pasaron sobre nosotros. De todos modos cualquiera de ellos, aun el más pequeño, venía con tanta velocidad que pudo haber sido fatal. Pasados algunos minutos nos incorporamos. Temblamos bajo la impresión que acabábamos de vivir.

         - ¡Jodida montaña y jodida vida!- gritó Jorge- ¡Siglos y más siglos como parte de esa pared y, precisamente en este momento, que cruzamos,  se nos viene encima!

         Cuando nos recuperamos un poco seguimos subiendo. Lo hicimos a toda prisa por la empinada pendiente a efecto de prevenirnos de un segundo desprendimiento de roca. Treinta metros más arriba volvimos a tumbarnos sobre el talud. Estábamos fuera de la trayectoria de las caídas de piedras.

          El sol nos pegaba de lleno en la cara a la que se nos había adherido arena negra del volcán. Permanecimos en aquella posición hasta que el ritmo de nuestro pulso se fue normalizando. Luego reanudamos la marcha. La ladera desnuda llena de sol era recorrida de vez en cuando por el vientecillo helado de los cuatro mil quinientos, que  parecía cortarnos la cara.

          Al atardecer decidimos hacer alto y levantar las tiendas de acampar en los elevados arenales bajo la ladera oeste del volcán. En derredor quedan muy abajo todos los planos boscosos de la cordillera. Debido a eso se tiene en ese lugar una impresión de inmensidad.   El sol postrero era intensamente rojo detrás de las lejanas cordilleras del Nevado de Toluca. En dos minutos más llegaría la noche a nuestro balcón con sus veinte grados helados. Tomo una taza de café en tanto los otros preparan la cena. Al buscar algo en mi chamarra encuentro  un sobre con una carta en su interior. Se la alargo a  mi amigo.

         - Toma. Me olvidaba.  Carmen, al no poder pasar de San Pedro, me pidió que te la entregara. Dijo que la había recibido en su casa dos días antes de marchar hacia acá.

         Era de Clemencia. Había sido puesta en un caserío de Chihuahua, dentro del desierto. El sobre decía: “Para entregar a “Malcom Oliva”. El nombre propio estaba así, entre comillas. La carta contenía palabras lacónicas. Las leyó en voz alta: “Le quiero Malcom, más que todas las vidas que yo pueda vivir…Prométame que no hará la travesía a la ladera oeste del Popocatépetl.    ¡Prométamelo!…Viajé hasta el pueblecito de Tlamatzinco en el que usted nació (¡un caserío, en realidad!). Aun existe  gente  de la que  me hablaba en la isla…No me lo tome a mal pero es que me interesa tanto usted que antes de formar parte del grupo que trazaría esa travesía de las montañas, que están realizando, preferí venir al lugar donde vivió sus primeros años para poder conocerlo mejor. Es una manera de penetrar en su intimidad. Creo que en cientos de años de vivir cerca uno del otro no lo conozco lo suficiente…Fui a la peluquería del pueblo en la que sus padres buscaron algún nombre “occidental” qué ponerle. No va a creer pero, aun existe la revista que hojearon. Usted sabe, aquí el tiempo y sus cosas transcurren  casi lentas. Por cierto, ahora sé por qué algunos le dicen “Torrington”. El maestro peluquero, ya muy viejecito, se acuerda de sus padres que hace tiempo emigraron hacia Arizona. De la vez que estuvieron en su peluquería, su padre le preguntó qué nombre “blanco” le recomendaba para ponerle a su hijo  para ser usado en el mundo de los ladinos. El les dijo: “Busquen en esa revista.  Nombres de nuestra cultura que han logrado permanecer en las ciudades. Pero nombres ladinos para niño no se me ocurren en este momento”. Agregó que luego de un rato su padre señaló una palabra y dijo “¡Este!” Estaba señalando “Torrington”, que era la marca de unos patines metálicos de cuatro ruedas de baleros de acero, muy populares entonces. Tal es el nombre que se le iba a quedar. No obstante, después de un rato, Kiva, su madre, señaló en la otra hoja de la revista. Luego de observarla con detenimiento dijo:” ¡Este!” .Se trataba de alguien, quién sabe quién, quizá un viajero, que entonces pasó por México, que se llamaba “Malcom Oliva”. Cuenta el maestro peluquero que su padre iba a protestar pero ella volvió a señalar, pegando esta vez con fuerza en la revista:” ¡Este!”. Y así fue como se le quedó el nombre que ahora lleva...  

         Pero no era sólo  eso lo que quería comunicarle. En una práctica de meditación vi cómo al cruzar la ladera nevada de un volcán, un bloque enorme se desprendía de la pared de roca de las alturas y les caía encima. Estoy segura que se trata del Popocatépetl. Usted me ha explicado que el país está lleno de volcanes pero pocos tienen nieve. Y tomando en cuenta que  se dirigen hacia allá… ¡Por eso le pido que no emprendan la travesía!…Clemencia Swan. P.D. Regreso inmediatamente a Janos y de aquí a Ciudad Juárez en donde tomaré el avión para México. Le prometo que en adelante lo acompañaré a todas las montañas a las que usted quiera ir como deporte o por exigencias profesionales. Hasta la misma constelación El Boyero, si es preciso, lo seguiré. Toda la vida. Esta vida y las que nos queden por delante en tanto lleguemos al...Lo he decidido: o llegamos juntos al Nirvana o no llegamos”.

         Se la imaginó de regreso a la animalidad cargada de horribles karmas. Una perra mugrosa llena de pulgas  y él un perro peleándose con otros diez perros por llegar primero  a sus chiches colgantes. No, eso estaba muy feo. Mejor la pensó de vuelta en su salita de Kumarila. Sentada en una alfombra. Incrementando la autodisciplina espiritual. El delicioso aroma de incienso llenaría el recinto a media iluminación. Muy erguida, con los ojos cerrados, meditando en sus sentimientos, en sus emociones y en la conciencia de sus pensamientos.

         En toda la noche había hecho un viento ligero, no obstante de encontrarnos cerca de los cinco mil. El termómetro había descendido y nos parecía que no iba a detener su caída... Pero nuestro equipo de acampar nos protegía de tal modo que en realidad había sido una noche confortable. Lo más confortable que puede ser cuando se encuentra uno dentro del aire al que le falta el  oxígeno de esas alturas.

         Antes de dormir pudimos leer un rato. La marcha por las montañas en estas últimas semanas nos había dejado poco tiempo para leer y empezábamos a resentirlo.  Recordé a Carmen que durante nuestra estancia en Amecameca leía un buen rato antes de irse a dormir. De preferencia de filosofía y novelas. ”Si quieres conocer la verdadera historia de los pueblos, y del mundo, lee novelas” decía. De los libros de filosofía decía entender el ochenta por ciento de su contenido. El veinte restante no es que no lo entientendiera sino que el autor no supo cómo decirlo. “No lo vas a creer pero hay filósofos de primera línea, que son clásicos, y otros actuales que ya llegaron al Parnaso pero, créeme, no saben escribir.”

         Lugo Jorge Rivera prepara la cena. Yo afianzo los tirantes de los toldos impermeables en prevención de algún repentino mal tiempo como el que habíamos tenido las semanas anteriores.

          Por la mañana, cuando  saboreábamos el desayuno, Cork nos dijo que estaba seguro que esta vez encontraríamos esa cumbre mesoamericana  que desde hacía mucho se le había perdido a la arqueología.  

         - Eso esperamos. ¿Por qué ahora tienes tanta seguridad?- preguntó Jorge Rivera.

         - Los adoratorios dedicados a Tlaloc, descubiertos por José Deseado Charnay, en la línea promedio de los cuatro mil de altitud, en el flaco oeste de las montañas Iztaccíhuatl y Popocatepetl, hacen una línea lógica norte- sur. El extremo de esta línea imaginaria tendría su remate en el Teocuicani, más al sur, del lado opuesto al que nos encontramos en este momento. Tezcatlipoca era  venerado de manera especial en estas laderas en torno del Popocatepetl y el ídolo que relata Fray Diego Durán es probable que se trate de Tezcatlipoca. Ya sólo hay que ir a comprobarlo. Pero también por lo que sucedió ayer. La carta de Clemencia, enviada desde Chihuahua, predijo con demasiada aproximación la caída del bloque de roca que se desprendió de la pared del Abanico… ¡Una verdadera bruja, como dice Toci!… ¿Coincidencia? Es lo más seguro. Pero sucedió. Ahora bien, El plano topográfico que traemos marca dos cumbres gemelas, mil quinientos metros por debajo de donde nos encontramos en este momento. Y unos tres kilómetros hacia el sur. Pues bien, en cierta ocasión  Clemencia me comentó el resultado de una de sus meditaciones. Dijo que había visto una montaña de cumbre gemelas de tres mil metros de altitud. Al norte del pueblo de Tetela del Volcán, en esta misma ladera sur del Popocatepetl. Que ella y yo solíamos ir a esta montaña en épocas precristianas. Al principio de lo que en el calendario gregoriano es el mes de mayo. Hasta entraba en los detalles que en la cumbre del oeste existe un templo, o sea una construcción de unos diez metros por seis sobre una plataforma artificial con dos pequeñas escalinatas de acceso. Una por el suroeste y la otra, la principal, da hacia el sur. En el piso, en efecto, como dice la crónica, crónica que creo,  ella desconoce, depositábamos nuestros víveres todos los que hasta ahí llegábamos. La gente cantaba al señor de las tormentas, los rayos y los granizos, para que les enviara el agua que fecundara a los campos del valle. Quemábamos copal. Y decía que entre otras cosas la montaña era famosa por la cantidad de rayos que caen, lo que parece indicar que es una distinción de Tlaloc. Y lo sorprendente, que no obstante toda la rigurosa vigilancia que hubo a lo largo de los trescientos años de la Colonia, ese ritual en la cumbre del Teocuicani, jamás se interrumpió. Es decir que hay un grupo de gente que mantiene la tradición. Serían los graniceros a los que pertenece Abraham. Pero me comentó un detalle que es por lo que fallaron Charnay  en el siglo diecinueve y Lorenzo en el veinte.. ¿Cuál creen que sea ese dato?

         Repasamos la historia de la montaña Teocuicani, que tan bien conocíamos, pues al igual que él la habíamos leído una y otra vez tratando de encontrar la clave en el relato del padre Durán del siglo dieciséis. Pero no vislumbramos algo que pudiera darnos la clave. Y nos apuramos en poner en duda que alguien como Clemencia, que ni era montañista, ni había tomado parte en ninguna búsqueda anterior y ni siquiera conocía el relato de Durán ni los del culto viajero Charnay y el geólogo Lorenzo, pudiera saberlo nada más por pura meditación, cuando lo escuchamos  decir:

         - El nombre.

         - ¿Cómo el nombre - inquirió Jorge Rivera.

         - Sí. El nombre de la montaña.

         - ¿Qué tiene el nombre de la montaña?- me apresuré a preguntar.

         - Que ya no es el mismo. A raíz de la conquista los nombres de muchas montañas cambiaron. En especial los de las más altas. Como un instrumento más de la conquista cultural de los europeos. No hay que olvidar que cada montaña, grande o chica, era la representación de un dios. Borrar su nombre era parte de la labor para que la gente  empezara a olvidarse de sus costumbres, que vendría dando resultados hasta la tercera generación después de la conquista lo que, efectivamente, sucedió. Ese era el afán para que se olvidaran  las etnias del nombre original y de todo su enorme significado religioso milenario. Por ejemplo, al Citlaltepetl se le empezó a decir desde entonces Pico de Orizaba, al Xinantecatl, Nevado de Toluca, a la Matlalcueye, la Malinche. El del Tlalapan se deformó tanto que se le conoce en la actualidad como Telapón. El Teocuicani que buscamos se llama en la actualidad, según Clemencia, Cempoaltepetl. Si Charnay  y Lorenzo lo hubieran buscado como Cempoaltepetl, solamente hubieran tardado medio día en hallarlo,  saliendo de Tetela del Volcán.

         Escéptico, Jorge Rivera hizo otra observación:

         - ¿No le estarás dando mucho crédito al sueño de esa muchacha?

         Nos alargó el plano topográfico que en ese momento tenía en las manos para identificar desde arriba la topografía que teníamos muy por debajo de nosotros, en tanto decía:

         - ¿Qué creen? En esta carta topográfica hay una montaña, con dos cumbres gemelas, que se llama Cempoaltepetl, como en el sueño de Clemencia. Está exactamente en los tres mil ciento cincuenta metros y es parte de la ladera sur del Popocatepetl.

         Nos quedamos sin poder expresar comentario alguno.

-¡Vamos!- dijo Jorge Rivera- ¿qué esperamos? Más de un arqueólogo se guía en su exploración por lo que le informan los lugareños y nosotros por lo que dice una bruja…

-¡Vamos!

-En tanto recogíamos el campamento, Cork nos dijo que había recibido, cuando nos encontrábamos en Amecameca hacía ya algún tiempo, una misiva electrónica de Salim. Se la enviaba desde Siria. Había ido a pasar unos días con unos familiares suyos, establecidos en la península desde los tiempos del Imperio Romano.

-¿Qué te dice?

-Sólo  unas cuantas palabras: “¡Tienes razón: como México no hay tres. Regreso a México antes que estos  árabes se aceleren…Pronto lanzaré mi candidatura como candidato para llegar a la cámara alta, ya sabes, para trabajar duro por la democracia!”

Recogimos el campamento y nos echamos las mochilas al hombro. Enfilamos, brújula en mano, hacia el sur. Bajamos hundiendo deliciosamente nuestras botas en los grandes arenales del principio, todavía algo húmedos por el roció de la noche. El sol se había levantado ya sobre las grandes montañas del oriente. Proyectaba en ese momento sombras movibles e intensas luces rojas sobre los bosques altos de Tetela del Volcán. Atrás venía Cork. Un rato después lo escuchamos entonar la canción de sus años de estudiante, cuando nos emborrachábamos  en el Palacio de Minería: “Marcharé al continente de Gondwana... a buscar las rocas marinas del Jurásico y las doleritas mesozoicas…Y tal vez encuentre a una linda botswana, con los senos abiertos al sol, chicos o grandes, pero que puedan alimentar a este pobre gambusino desnutrido y a mis quince negritos…que con ella pienso tener”.










                                 52





El Teocuicani fue localizado por nosotros en esa ocasión. Y, efectivamente, como algunas montañas a las que en el siglo dieciséis se les cambió su nombre, a esta cumbre desde entonces también empezó a llamársele, tal como había dicho Clemencia, “Cempoaltepetl”. Los detalles de su descubrimiento serían publicados en la revista Los Universitarios, de la Universidad Nacional Autónoma de México. Estábamos satisfechos pues sabíamos que un día, más tarde o más temprano, la antropología  abordaría su exploración y, tal vez, su reconstrucción.

Algunos de mis amigos con los que realicé la travesía Tlaloc hasta el Teocuicani - Cempoaltepetl, fueron desapareciendo en las montañas. Benito Ramírez perdió la vida escalando El Colmillo, una aguja rocosa del Macizo de Los Frailes, en Actopan, Hidalgo. Había a la sazón once cruces en la base de la roca de los escaladores que habían muerto en ese lugar. La de Benito Ramírez fue la número doce. Y una hermosa pared norte, en el Circo del Crestón, Macizo de las Monjas, arriba de Chico, escalada por primera vez por Raúl Revilla, de Pachuca, lleva su nombre. Eulalio Rivera, de Pachuca, perdió la vida cuando él y otro escalador de México, trazaban una directísima en la  pared  norte Rosendo de la Peña, del mismo Macizo de las Monjas esta directísima ahora  lleva su nombre.  José Méndez, el gran escalador que realizó la segunda escalada solitaria a la norte de La Benito Ramírez, murió en su cama.

Toci voló a Uspallata, arriba de Mendoza, en la precordillera  del sector central de los Andes. Después se instaló en Punta de Vacas, al pie mismo de la ladera sur del Aconcagua. Dijo que se iba a dedicar a subir glaciares. No le interesaban propiamente las cumbres si no vivir en los ventisqueros. Se fabricó una tienda individual inflable de doble paredes de tela repelente y forma de iglú. Tenía dos arcos encontrados a base de varillas desmontables para resistir el peso de la nieve en caso de tormenta.  El aire entre las dos paredes la aislaba mucho del frío exterior. Podía instalarla en cualquier parte. En último caso  tallaría una plataforma de  tres metros por dos y no necesitaba más.  Era de un material tan liviano que no pesaba más de un kilogramo.

Alquiló una linda casita en Punta de Vacas, cerca de la escuela para niños. Desde ahí iba a las montañas arriba de los cinco mil metros. Tolosa, Tres Gemelos, Almacenes, Catedral, Cuerno, Dedos, Bonete, Manso...Después de unos días entre el hielo regresaba a Punta de Vacas. Hacía vida social con las maestras de la escuela. Estas preguntaban por México y Toci por Argentina. Y entre mate y mate acababan internándose en el tema de los hombres. Ella les contaba de Cork. Descansaba y a la semana siguiente  llenaba su mochila de víveres en lata y se iba al Tupungato guiando algúna expedición....

La última vez que la vimos le regaló un pequeño y moderno teléfono celular a Cork. Pero éste lo rechazó. Después le pregunté por qué de su negativa.

- En cualquier momento me llamaría. Y yo me quedaría con la tentación de seguirla. Hasta diría que habría quedado atrapada en algún ventisquero y procuraría aguantar hasta que yo llegara, sin importar que tardara una semana en arribar a su helada prisión entre las grietas de hielo...

- ¿Y si eso sucediera en realidad?

- ¿Con Toci? ¡Ni lo pienses! Es más fácil que ella venga a salvarnos.

Cork se fue a trabajar temporalmente al extranjero. Dijo que en los países en vía de desarrollo irónicamente hay pocas oportunidades para los doctorados. De medio millón de niños que ingresan a la educación elemental uno logra terminar el doctorado. Pero luego éste  se encuentra     “caminando en el bulevar a través de la noche, con el saco echado sobre el hombro y fumando un cigarrillo”, después de haber tocado cien puertas.

Yo he renunciado a la extraordinaria oportunidad que me ofrece la nación extranjera y he decidido quedarme en este país. El pueblo que ahora habita el infierno fue el que pagó mi educación y mi lugar está con él. No lo voy a abandonar en su peor momento. Pero no estoy solo. Carmen Swan comparte mi decisión en este respecto y me acompaña. Y frente a mí tengo el ejemplo del pequeño, pero valiente grupo de los postgrados, del que desde luego ya me siento parte.
 





                                          53



Emprendí la salida de trabajo de dos años, a lo largo de la línea coralina del Great Barrier Reef, de dos mil cien kilómetros en la costa oriente de Australia, que le había mencionado a Carmen. Era algo que los dos esperábamos con entusiasmo. Antes, a petición de ella, hicimos un viaje aéreo hacia la costa oeste del continente africano. Sería cuestión de tres semanas. Ninguno de los dos conocíamos esta parte del mundo. Pero Carmen tenía desde hacía tiempo una idea y la había plasmado sobre el papel. Llegaríamos a Velingara, en el sur de Senegal. Desde ahí haríamos vuelos cortos a Koribundú, en la Costa de la Pimienta y a Toumudi, en la Costa de Marfil. Después volveríamos a Velingara. No me dijo cuál era su idea. No tenía conocidos ni negocios. Pero como notara que, en tanto preparábamos el viaje, su ser entero se iba transformando por la emoción,  tampoco le pregunté algo al respecto. Sólo la acompañé.

Una escena del viaje se me quedó grabada para siempre. Cruzábamos en ese momento aproximadamente el meridiano 45, del Atlántico norte, cuando se puso de pie. Abrió el compartimiento del equipaje de mano arriba de nuestras cabezas. Extrajo de una bolsa de plástico un pequeño ramo de flores. Eran rosas rojas. Me quedé sorprendido. ¿Para qué quería flores en el avión? Le iba a preguntar algo pero me abstuve. No me hubiera escuchado. Su rostro para entonces decía que su alma y su cuerpo no estaban en la nave. Me limité a observarla. Cruzó decidida el pasillo hacia el frente. Su porte distinguido y su figura formidable atraían las miradas de los hombres y aun de las mujeres que iban en los asientos de la orilla a lo largo del corredor. En ese momento intuí que aquella mujer tenía algo más, mucho más, de lo que yo había conocido de ella hasta entonces. Su horizonte intelectual que tanto me gustaba, y del que procuraba aprender, no era nada frente a esta nueva actitud que estaba presenciando.

Llegó hasta la pequeña puerta de la cabina de los pilotos y se dirigió a la aeromoza que la observaba caminar hacia ella. Se acercó a su cara y le dijo algo. Le entregó el ramo de flores y regresó a ocupar de nuevo su lugar junto al mío. Observó con extrema atención los movimientos de la empleada. Nos dimos cuenta que abrió la puerta y se introdujo al lugar de los pilotos. Volvió a salir, cerró la puerta y desde lejos hizo con la cabeza un ademán de asentimiento hacia Carmen. Le indicó el lado derecho, que era el sector en el que viajábamos. En el tiempo que siguió Carmen se quedó observando intensamente a través de la pequeña ventana. El día era radiante. No había nubes en las proximidades y el momento nos permitía observar un sol intenso. Cinco minutos después algo paso fugazmente frente a nosotros. Pero no obstante la velocidad del avión, y los fuertes vientos del exterior, pudimos ver que se trataba de algo que Carmen acababa de tener en sus manos.

Una gran intensidad se veía que recorría su ser. Se estremeció un poco. Por un momento se dobló apoyando sus brazos en sus piernas y descansando en ellas el rostro. Cuando creí que iba a empezar a convulsionarse por el llanto, se enderezó y permaneció con la vista fija hacia el frente. Yo me mantuve en silencio y no intenté acercarme. Pronto se recuperó.  Poco a poco fue regresando al mundo de los  que viajábamos en el avión. Después, relajada, mientras miraba hacia las nubes blancas algodonosas de la lejanía, dijo:

-Un pequeño ramo de rosas rojas para cincuenta millones de negros que yacen en el fondo del Atlántico...

         No volvió a tocar el tema ese día. Por mi parte respeté su hermetismo en lo relacionado con esa faceta de su vida anímica.

          En África fuimos para allá y para acá, como ella lo había programado. Por las noches regresábamos al hotel en el que nos alojámos. Después de la cena ella gustaba leer en la confortable sala su libro de poesías. A petición mía, ahora lo hacía en voz alta, mientras ambos saboreábamos una taza de café negro africano:

         Una joven alta sin sombrero

         Con delantal

         Su pelo restirado hacia atrás, parada

         En la calle

         Un pie calzado con media, rozando

         La acera

         Su zapato en la mano. Examinándolo

         Con cuidado.

         Enseguida decía el autor: William Carlos Williams, estadounidense.

         O bien:

         Mientras se cuelan los días y crece la hierba

         Y se filtran los ríos

         Aprende a quedarte quieto.

         No corras porque no hay puerta que abrir

         Ni bosque que atravesar.

         No hay espuma dorada para adorno de tu cabeza

         Ni mantos de luna ni monedas que repartir

         Ni coronas para los muros de tu casa.

         Quédate quieto, aprende a vivir en soledad

         Y mira bien los tesoros que tienes a tu alcance:

         La taza de café oloroso que te llevas a la boca,

         Tus zapatos para ir a encontrarte con los tres o cuatro

         Seres que amas, el sol por la ventana, tu salud,

         Tu soledad, para pensar, para sentir, para realizar

         Y resolver el acertijo.

         Sergio Mondragón, mexicano.

         Cerraba su libro y me contaba de Magdalena Béjart

         - ¿Magdalena Béjart? ¿Quién es ella?

-Se lo contamos, no sé si  yo o Toci, cuando estábamos en la pared del Abanico. Moliere la conoció en 1642. Sería su compañera de la vida. Era una mujer interesante, actriz y culta....Fue figura decisiva cuando Moliere conformó, al año siguiente, la compañía “El Ilustre Teatro”...

           Junto a aquella mujer empecé a tener la sensación que el estudio de la Tierra me había hecho casi ajeno al mundo de la cultura.

         Cada vez que terminaba un relato me daba un beso. En ocasiones ese beso se prolongaba por dos horas...

         Carmen lloraba cuando terminó de decir estas palabras.

         - No puedo evitarlo- dijo simplemente y se secó las lágrimas de las mejillas. Por un rato la estancia en la que nos encontrábamos se llenó de silencio.

Conmovido por el relato que acababa de escuchar, y de la manera tan apasionada como  Carmen lo había dicho.

A la noche siguiente, puntual, después de la cena, como una Scherezada africana, me leía otro rato o me contaba algo de la cultura.

La cultura de Carmen me apabullaba. Me fascinaba y, por lo visto, aun no había sido capáz de reunir la suficiente humildad para resolver esa deficiencia mía.

En ocasiones, al final de la velada, al apagar las luces fuertes de la estancia africana, envuelta en una ligera bata de dormir, se dirigía en la semioscuridad a las grandes ventanas que daban hacia la calle. Cerca, el mar subía y bajaba, se acercaba o se retiraba envuelto en su rumor. Ella lo contemplaba en silencio. Lo mismo hacía en la playa de la isla del Carmen. Yo seguía guardando  silencio. No quería incursionar en ese mundo que era parte de su ser íntimo. La misma mirada perdida de Alejandro Bautista Jiménez, el marinero borracho de El Pinar, cuando soñaba con la España de la República Democrática. La misma  expresión de Cork cuando hablaba del desierto de las Cuatro Esquinas. La misma  de todos los que viven fuera de la tierra que los vio nacer. Un rato después hizo la siguiente observación:

-En la selva de Nigeria hay trescientos monolitos perfectamente tallados en dolerita. Tal vez del siglo segundo de nuestra Era. Los monolitos están entre la selva. Como  están las cabezas de Ullman...

En otras  ocasiones Carmen se acercaba a mí y en su actitud se veía el propósito. Me daba un beso breve en la boca y al retirarse murmuraba, riéndose, llena de picardía, aquellas palabras: A una pequeña chispa sigue una gran llama..., “Dante fue el primero que las dijo”, dijo.

A la mañana siguiente fuimos a almorzar a un lugar amplio y muy limpio decorado con figuras africanas talladas en madera. Carmen me explicaba:

-Aquí una máscara baga de la Guinea Francesa, allá una estatuilla funeraria femenina, byeri, preciosa, de un material negro como la obsidiana. Y como Alemania había tenido alguna presencia en África, me señaló un grabado de Alfred Rethel cuyo título era: La muerte como vencedora y enseguida  una litografía de la escultura de la Madona bella, de Breslau, antigua iglesia de Santa Magdalena.

Luego caminamos por una calle céntrica de la población, que me recordó las calles de la ciudad de México, en el sentido de las manchas oscuras frecuentes que tienen las banquetas.

-Son manchas de chicle- dijo Carmen-.Las arroja la gente al piso después de masticarlas. La ciencia médica ha alertado que cada mancha es un reservorio de virus patógenos que, tarde o temprano, se echará a volar  con el viento y se meterá en las vías respiratorias de la gente.

Guardó silencio por largo rato. Veía hacia la noche, en un punto perdido más allá del mar. Después dijo algo más. Lo hizo en voz alta pero no se dirigió a mí:

- Aquí, como en Campeche, la luna también es de plata...Es el mismo mar que en la isla del Carmen... Siempre supe por dónde llegaban. Ahora conozco de dónde partían...

  A la mañana siguiente, bajo el sol africano, reía y se comportaba como hace la gente que anda de viaje de turista. Pero cuando la veía de lado, me percataba que sus ojos, cubiertos con lentes oscuros que la protegían del intenso resplandor, observaban a la gente, a la costa y al cielo. Y lo hacían con  infinita ternura. En algún lugar de esta tierra habían quedado sus remotísimos  hermanos.



De los demás personajes que he mencionado en este trabajo, aparte de los que murieron en la montaña, como ya he dicho,  jamás he vuelto a saber nada. Alejandro Bautista Jiménez murió tres meses después que Carmen dejara la isla para regresar a México.

En el principio del siguiente invierno Carmen pasaba un fin de semana en uno de los restaurantes de su familia, entre la ciudad de Puebla y Acultzinco, “El camino de las negrerías”. Hasta ahí la alcanzó una carta certificada. Era de Alejandro. Procedía de  Ciudad del Carmen. Alguna amistad de confianza del marinero había recibido el encargo de enviar la misiva. Cuando la abrió, solamente contenía algunas cuantas líneas: “Señorita Carmen, favor de recoger documentación con el notario número...  en la ciudad de México. Gracias por todas las atenciones que tuvieron usted y su tío Juan, en El Pinar. Adiós”.

Cuando algún tiempo después lo hizo, el notario le entregó un sobre tamaño carta que contenía documentación variada. Una nota explicaba que estaba solo en el mundo. No tenía a quien dejar sus pertenencias y había tomado la decisión de nombrarla  su heredera. Los detalles necesarios de Carmen los había conseguido en El Pinar, con el tío Juan. En un apartado decía: “Fui comisionado para llevar a cabo una importante compra de armas y municiones con el que intentábamos  llevar a cabo una resistencia importante frente al ejercito de los nacionalistas. No había ya esperanzas de revertir el curso de la guerra en España. Pero al menos queríamos hacer el último gran intento. Esperábamos  con ello que  los países fuertes, que en un principio apoyaban a la República del Frente Popular, volvieran a darnos su aval. La cifra de dinero, en monedas de oro, que me confiaron, suena casi fabuloso en términos de una persona. Sucede que estaba por concretar el negocio con los grandes fabricantes de armas, en un país de los Balcanes, cuando finalmente  cayó Madrid. Franco se apresuró a cerrar el paso de los Pirineos y en breves días acabó por completo con toda resistencia. Yo mismo no hubiera podido regresar a España. La República Popular  ya no existía. Miles de personas llenaban las cárceles y cada día eran fusilados  o aniquilados,  por los métodos más diferentes, cientos de ex combatientes.

“Utilicé parte de ese dinero para organizar el rescate de todos los que me fue posible y sacarlos de los campos de Saint Cyprien, Gurs, Rivasaltes y otros. Pude organizar varios viajes a través del mar y enviar a muchos de ellos hacia algunos países del sur de América. Muchos más lograron alcanzar México. Pero estalló la Segunda Guerra Mundial y mi estancia en Europa se volvió cada vez de lo más insegura. Sobre todo que llegó el día que ya no pude hacer nada por mis camaradas. Yo mismo estuve a punto de caer en manos de la Gestapo en dos ocasiones. Tuve que escapar por el Este y después embarcarme hacia América. Un centenar de todos los que logré sacar de Europa fueron hundidas sus embarcaciones en  alta mar por los submarinos nazis.

“Así fue como me encontré con esa fortuna en mis manos. Todo eso ahora es suyo. Otra parte la ocupé para remediar a los necesitados que habían venido a México, conforme me iba enterando de su existencia. Como dije, ahora ese dinero es suyo  y usted sabrá lo que hace con él. De haber  tenido más tiempo quizá lo hubiera canalizado mediante un fideicomiso para fines altruistas. En México, y en estos países de la región, en especial en el centro de América, muchos estudiantes terminan su carrera de licenciatura pero, debido a las presiones económicas de su familia, jamás llegan a titularse y mucho menos pueden seguir estudios de postgrado... De esa manera los “pasantes” pasan a ser subempleados de las grandes compañías...Mi gratitud eterna para usted y para aquel joven que un día me llevó borracho inconsciente a mi hotel. Cuando al día siguiente me enteré, por la administración, que me hizo llegar comida que él, y más tarde usted, habían pagado de su bolsa, creyendo que yo tal vez no contaría con un centavo para hacerlo, me dije que, después de todo, en este mundo aun queda gente en la que se puede confiar...

“Hágame el favor de decirle a Guillermo, creo que así se llama, que entiendo sus prevenciones frente a la obra de los historiadores. Muchos no son tal”. Cuando supe de esto, fue la  tercera noche que ella y yo estábamos en África. Carmen había a la sazón concretado un fideicomiso ante notario público. Me enseñó un documento oficial que decía: “Fideicomiso Alejandro Bautista Jiménez. Para estudiantes....”





                                          55


                                                                          


El pequeño ferrocarril del desierto empezó a moverse con una lentitud del siglo diecinueve. Era un tren de carga al que se le habían agregado dos carros de pasajeros. La estación, con un andén de piso de madera, de apenas diez metros de largo, no era  como la de la ciudad sino  de las llamadas “de servicio”. El personal del lugar  tenía la misión de revisar, todos los días por la mañana, trepados en un armón, cincuenta kilómetros  el estado de la vía a través del desierto. Los de la siguiente estación otros cincuenta kilómetros. Las tempestades de arena,  que de vez en cuando se levantan, pueden deteriorarla…

Yo me había arrellanado en mi amplio asiento reclinable de cuero color café y observaba a la gente que iba para allá y para acá de manera familiar. Carmen se había colocado sus minúsculos audífonos y escuchaba a Charlie Parker.

Era como si el tren fuera una extensión de su casa de aquella gente. Las mujeres conversaban desde sus lugares a través del pasillo intercambiándose recetas de cocina o remedios para las rodillas descalcificadas o a los cuántos meses del parto se les había interrumpido la leche y en tanto eso no sucedía no se embarazaban…

 Aquel grupo trashumante, que corría a  través del desierto, era la más hermosa muestra de la humanidad que me había tocado en suerte vivir. Los niños corrían entre sus madres y los hombres. Estos, metidos en sus recios pantalones de trabajo, cambiaban impresiones de la lluvia, las cosechas y los fertilizantes. Sentí que hasta entonces empezaba a entender a Cork. Aquel pueblo era una sola familia. El desierto sin fin estaba por todos lados. Y los cohesionaba.

Carmen, en tanto escuchaba jazz, leía el tomo IV de las obras completas de  su autor favorito Poquelín. Con el trato cercano sabía ahora que Carmen es en algunas cosas  una mujer como otras que hay en el mundo. Se paraba frente a un estante, de la tienda de autoservicio, lleno de botellas de aceite para la cocina, de la misma marca, el mismo precio y el mismo volumen y luego de un  tanteo, que me parecía interminable, dejar una botella y agarra otra, decía. “¡Esta!” Encendía las direccionales en tanto manejaba  para avisar que iba dar vuelta a la derecha y la daba a la izquierda. Murmuraba algo al ver que la propina que dejaba al mesero del restaurante era generosa. Se ponía muy amorosa en tanto el termómetro del mes iba subiendo su temperatura y el  resto de los días volvía  a agarrar a Poquelín...

Cavilaba en ese momento que el azar, después de todo, es tan común como tantas parejas viviendo juntas hay en el mundo. Aquella tarde que pasé por El Pinar, el jacalón de vida alegre junto a las aguas del Golfo, y conocí a Carmen, pensaba, con que esa tarde hubiera ido al cine, regresado a Centroamérica. Mis hijos, mis nietos, mis bisnietos, que pueden derivarse de esta relación, todo empezó en esa situación tan aleatoria.

 ¿Cómo tanta consecuencia, tanta descendencia, puede derivarse de algo tan al parecer caótico? Con que uno se levante de la cama por la mañana cuatro minutos antes o después pueden cambiar tantas cosas en ese día que van a impactar el resto de la vida…

¿Así empezaron   los dos mil millones de matrimonios que hay en el  mundo? Me pregunto si realmente es debido al azar o hay otra lógica que escapa a todo poder conocido de  predicción…

Carmen veía, antes de clavar la vista en Poquelín, la última calle de la población, antes de entrar al desierto, asomándose por la ventana de gruesos vidrios de aquel tren del siglo pasado.

-¿Terminaste tu  trabajo sobre la vida de las muchachas en El Pinar de su tío?

-Hace tiempo le puse punto final provisional.

-No entiendo.

-Cualquier tema, ese incluido, jamás se da por absolutamente conocido. Sólo en teología está todo terminado desde hace un millón de años. Pero tratándose de filosofía pregunte a los científicos,  de cualquier disciplina universitaria, cómo era su  especialidad hace un siglo y cómo es ahora-hizo una pausa para enfocar algo a la distancia y luego agregó:-En realidad no importa si se está en El Pinar o en el cielo, la cuestión importante si se puede seguir escribiendo. Y como los marineros  de los siglos pasados, no se puede seguir viviendo con comer nada más papas porque da el escorbuto. El escritor y, en realidad cualquiera, que ha dejado de leer, acabará  en el escorbuto intelectual…

-Pues sí, ahora sé que el libro es parte de tu vida. Creo que tengo un gran rival en forma de libro.

-Debería ser parte de la vida de todos. Lo mejor es conocer el pensamiento de los otros y escribir su propio libro. Entonces el individuo se dará cuenta que no es lo mismo ver una película de alpinismo que escalar realmente una montaña. Lo sé ahora por mi experiencia en la pared del Abanico,  en el monte Tláloc y en los Corredores Occidentales de la Iztaccihuatl.

De pronto Carmen traslapó sus palabras y  gritó señalando hacia el andén. Busqué pero no vi a nadie en esa dirección.

  - ¡En la pared!

Entre avisos, anuncios de todas clases, había un cartel enorme que decía: “¡Abiertas las inscripciones para el  LVIX Gran Concurso Tradicional de Bebedores de Cerveza!”.

Ya brincaba yo de mi asiento con la intención de bajar y ganar otra vez el andén. Carmen me seguía pero se tardó un poco en recoger sus cosas que había acomodado en el portabultos arriba de nuestras cabezas.

Un hombre, de unos sesenta años de edad,  escuchó  el barullo que armábamos e hizo una observación:

-Ya pasó ese concurso. Fue hace dos semanas. Es anual. Ahora hasta el otro año.

Volvimos a  sentarnos.

-¿Asistió al concurso?

-Tomé parte en él. Pero debo confesar que fui de los primeros que quedamos fuera.

-¿Quién ganó?- preguntó Carmen con premura.

-No sé cómo se llama. Su familia tiene tres años que llegó del sur. El prácticamente acaba de llegar. Dos meses, si acaso...Partió de aquí cuando niño pero tenía que volver…Muchos se van pero ya no vuelven. Él sí regresó.

   -¿Y...es fuerte para tomar? Me refiero al que ganó- dije.

- Sólo necesitó tres días para acabar con todos los concursantes - el hombre guardó un poco de silencio, como recordando los detalles del evento. Después agregó:-. Y, no lo van a creer. Al final estaba tan fresco como el primer día. Más aun: al salir del local, donde se llevó a cabo el concurso, cruzó la calle, se metió al local de enfrente a comer. Antes de entrar volteó, hizo una seña a todos los que lo observábamos, y gritó: “¡Barra libre, yo invito!” Y mientras todos bebíamos, él comía con gran apetito y, ¿qué creen?  ! Seguía bebiendo cerveza como si en la vida lo hubiera hecho o como si  acabara de salir del desierto! Tenía un gesto particular en el modo de beber. Pedía cerveza de botella, le quitaba el corcho con la boca y la vaciaba en su gran tarro... ¿Saben cómo le decimos desde ese día?

- No- dijo Carmen.

Y el viejo contestó:

- ¡Corkscrew!   



viernes, 3 de abril de 2015




 CUARTA PARTE

         

                                        

           46                                            

El día anterior habíamos acampado en Llano Chico. Ahí donde las estribaciones  nornoroeste de la Iztaccíhuatl y una cumbre secundaria del cerro Chalchimilpas casi cierran la entrada a  Llano Grande. Estábamos en los tres mil seiscientos. Nuestro organismo se encontraba tan bien adaptado a las cotas elevadas que nos desplazábamos como si estuviéramos en la ciudad de México. El Sol era intenso y el cielo mostraba un azul impresionante haciendo contraste con los bosques muy verdes. Después de lo que vivimos en las semanas anteriores   aquellas condiciones atmosféricas las apreciábamos en toda su intensidad. Cada quien tenía su tienda y en el centro habíamos colocado la tienda comedor. Cerca  de ella, se procuraba mantener viva una buena fogata. La nieve cubría las montañas y parte de nuestro valle.  Caminábamos solamente cincuenta metros para tener nieve en abundancia y fundir y preparar los alimentos.

A petición nuestra, en tanto veíamos como se fundía la nieve en la olla para luego preparar el café, Carmen nos platicaba de Jasper. Considerado, junto con Heidegger, su contemporáneo, de los  filósofos alemanes destacados de mediados del siglo veinte:

- Se le tiene como uno de los inspiradores de los movimientos existencialistas de la época. Los tirajes de sus libros rebasaban el millón de ejemplares. Sus obras se han traducido a más de 20 idiomas. Varias Fundaciones culturales en el planeta llevan su nombre.  Fue psiquiatra de profesión  y en ese terreno tiene un lugar reconocido. Sin embargo es incoherente en su filosofía. Contiene hipótesis que con frecuencia se contradicen.   Al leer  su obra podría uno asegurar que es un libertario y, sin embargo tiene influencias fuertes de Plotino, el último neoplatónico pagano. En todo este abanico, tan amplio de temas y puntos de vista de cada tema, Jasper necesita un criterio dialéctico, pero sigue sin encontrarlo. Bajo la influencia de tan importantes pensadores sus temas van a ser necesariamente de calidad, pero irreconciliables.

Más tarde Cork está casi perdido leyendo un libro, tirado en la hamaca que ha amarrado de los arboles, bajo los tiernos rayos del sol, teniendo como fondo la Cabeza nevada de la Iztaccihuatl, en dirección al adoratorio tolteca de El Solitario, bajo la aguja del mismo nombre. En la rama de más allá ha puesto su sleeping bajo el sol.

-¿Qué lees-le preguntó Carmen.

-Una novela.

-¿Quién es el autor?

-Faulkner.

-¿De qué trata?

-De unos que van a emprender un viaje por barco pero no pueden empezar porque a la maquina se le perdió un tornillo…

-¿Y?

-Al final desisten porque no encontraron el tornillo…

Permanecer una noche dentro de una tienda de campaña, es cierto, requiere cierta voluntad y costumbre y fe en que habrá un nuevo amanecer. Permanecer días y semanas, ni siquiera un monje tibetano lo lograría. Aun durmiendo varios en  la tienda-comedor, el amodorramiento es el que predomina. Alguien contará algo o dirá un chiste, pero luego vuelve el silencio. En el valle no se puede tener idea de esta situación tan especial. Se encontraría que no es extraño que cualquier cosa que ahí se diga ayuda. La bobería más boba llena un minuto que de otra manera parecería una hora. Solamente una situación obligada, como estar preso en una celda, o postrado en la cama del hospital, puede dar idea de lo inmensurablemente lento que pasa el tiempo y con frecuencia uno se pregunta si el tiempo se habrá detenido.

Escuchamos a Carmen que buscaba en su mini pantalla. Después la pasaría y uno a uno iría buscando algo que comentar:

-Empiezo: La canciller alemán Ángela Merkel, examina su teléfono celular, en una reunión con otros políticos, en Bruselas, donde se discutirá la labor de espionaje que se  realiza en prácticamente todos los países del mundo.

Toci: Brasil pretende proteger los datos de ciudadanos y empresas  y Dilma Rousseff, su presidenta, propone un foro mundial para reglamentar Internet ante el espionaje.

Mario Campos: Por medio de la química orgánica científicos de la Universidad Nacional analizaron el barro del sitio arqueológico La Joya de San Martín Garabato, en el Municipio de Medellín de Bravo, cerca del Puerto de Veracruz, y pudieron identificar las sustancias que hace más de mil años usaron sus habitantes para construir sus  pirámides. Lo que les llama la atención es que durante este largo tiempo las lluvias no destruyeron el barro.

José Méndez- Paso.

Eulalio Rivera: La economía china  da señales de renovada vitalidad al alzar el consumo al 7,8%...

Cork: En estos tiempos de penuria se pregunta medio mundo qué podría enseñar Santayana con su escepticismo y su amable ironía. Hay penuria y relajación precisamente porque falta Santayana. En estos tiempos en los cuales escritores y filósofos andar trepados en el “carro de la institucionalidad”, que se tiene más a la mano…”vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, dice un viejo refrán mexicano…Deberían estar ocupados en buscar la verdad.

Carmen:-Fue el pleito entre Sócrates y los sofistas. Y más acá entre Schopenhauer y Hegel. El filósofo que cobra ya no se dedica a buscar la verdad sino en pensar cuantos días falta para que llegue la nómina. Claro que en tiempos de Sócrates no había que pagar el predial ni llenar el tanque del automóvil de gasolina. De lo que dices de Santayana su nombre completo es Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás, más conocido como George Santayana. Nació en Madrid el 16 de diciembre de 1863.  Fue un filósofo, ensayista, poeta y novelista hispano-estadounidense.  Con ser ciudadano español, Santayana creció y se formó en Estados Unidos. A los 48 años dejó de enseñar en la universidad de Harvard. Escribió sus obras en inglés, y es considerado un hombre de letras estadounidense. Está enterrado en el panteón de Roma. A él pertenece la cita: «Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo».

Yo: La canela ayuda a metabolizar el azúcar y asimilar los triglicéridos y el colesterol y favorece  la correcta digestión de los alimentos…

Más tarde, durante la cena, Carmen   nos contó una de misterio: Recientemente Jack Nicholson protagonizó el film “Lobo”. Se mueve en el mundo moderno de Estados unidos. Actuación que corresponde a este destacado artista. Todos recordamos el montón de filmes que se han rodado y exhibido con ese tema desde hace mucho tiempo. Algunos logrados, que se podían ver, otros, de plano “churros” insufribles. Hasta el cine mexicano le ha entrado al tema.  Pero no se trata de ninguna puntada que haya inventado  la industria cinematográfica. Lo que quiero comentarles es que  ya en El Satiricón, de Petronio, aparece el tema del Hombre Lobo con todos los elementos de las películas mencionadas. Sería más preciso decir que el trabajo de Petronio ha servido de base a la industria cinematográfica. Petronio, se recordará, fue contemporáneo de Nerón, el famoso emperador romano. Estamos hablando, entonces, de 2 mil años. Se trata de un relato acabado. Tiene todos los visos de cosa verdadera. Esto hace pensar que el origen de tal leyenda se pierde en la historia. Y no sería exagerado  creer que arranca del mismo panorama paleontológico.

 Cayo Petronio, elegante poeta del estoicismo, ofrece el siguiente relato: dos amigos se dirigen a la casa de una familia conocida. El camino los lleva a tener que atravesar por un cementerio. Uno de ellos, se detiene un poco. Cuando el otro voltea ve que su compañero ...formó un círculo de orina en derredor de su ropa y al instante se convirtió en lobo. No crean que les gasto una broma, diría más tarde; yo no diría una mentira por todo el oro del mundo...Cuando se hubo transformado en lobo empezó a aullar y desapareció en el bosque. Más adelante llega al lugar que ambos se dirigían, le dicen que un lobo había atacado la noche anterior a los animales del corral de la casa, alguien lo enfrenta  y el amigo apareció herido, el médico lo atiende y el otro concluye que se trataba de la transformación que él había presenciado...

-¿Santayana?-pregunto Mario Campos y agregó:-Me suena como a alguien del ambiente rocanrolero.

-Nada de eso-dijo Toci-.Se trata de uno de los grandes pensadores españoles del siglo veinte. Para ser preciso es español, nació en Estados Unidos,  se formó en las universidades de este país y enseñó filosofía en ellas.






          47


Al día siguiente adelantamos nuestro campamento y lo instalamos arriba de Láminas. El albergue de piedra ahora es una ruina y hemos seguido un poco rodeando la eminencia de enfrente, hasta quedar situados en el llano, al pie de la roca Los Yautepemes.


Por la tarde hemos arribado al refugio Chalchoapan, en la vertiente oeste de la Iztaccíhuatl,  cerca de los cuatro mil seiscientos metros. La marcha de aproximación, nuestro bagaje   y el fuerte desnivel que hemos superado,  nos ha dejado cansados. Nuestra buena condición permite que nos repongamos en poco tiempo pero sentimos la necesidad de comer algo bueno y abundante. Aquello nos parece afortunado y es señal de que las cosas están bien. En estas alturas por lo general no resulta muy atractiva la idea de comer. Pero ya la tropilla se ha movilizado y saca los víveres de sus mochilas. Otros van por nieve.  Carmen y Cork encienden las pequeñas estufas. Entre tanto Benito Ramírez y Eulalio Rivera amarran plásticos en algunos sitios del refugio que han sido destruidos


Benito Ramírez abandonó el refugio a las cinco de la mañana. Era de noche y puso atención en la maniobra de cerrar con cuidado el pasador de la puerta. El frío nos envolvió. Tal vez unos veinte grados bajo cero. Los primeros pasos en el exterior fueron sobre la nieve de la pequeña rampa que deposita ya directamente entre el dédalo de bloques erráticos de roca.


El campamento estaba en el lindero del bosque, hacia los 4 mil metros, pero la tarde del día anterior habíamos subido al refugio de Chalchoapan, para quedar situados en el principio de la ladera nevada y no consumir tiempo en la marcha de aproximación.


Tardé media hora en alcanzar a Cork y a Mario Campos. Daban vuelta tratando de evitar una línea oscurecida entre la nieve que era una somera línea negra producida por rocas caídas desde la pared. Del  radio receptor de bolsillo salía la vieja melodía “Luna de Papel”, de Ernesto Riestra. En esta hora todo se encontraba perfectamente soldado por el hielo pero era mejor tomar sus precauciones. No era noche de luna pero no fue necesario aluzarnos con las lámparas de mano porque la luz de las estrellas, y la blanca superficie de la nieve, nos permitían ver los detalles del flanco helado.

Brillaba un conjunto impresionante de estrellas en un cielo oscuro y limpio de nubes. El    espectáculo    maravilloso  entraba por los ojos para quedar grabado en el alma de los montañistas. Pero a la vez dejaba la impresión de un frío que se metía hasta los mismos huesos no obstante su excelente ropa de plumas.

 Caminar en la alta montaña requiere toda una coordinación de movimientos alternados con descansos que se vuelven más frecuentes de lo que alguien se imaginara. Sobre todo la respiración agitada produce el efecto de llevar en el pecho una fragua que debe convertir el aire helado de la respiración en algo que los pulmones tienen que aprovechar manifiestamente caliente sobre aquella helada montaña.

 Las tormentas de los días que acababa de pasar habían dejado todo ese flanco cubierto por completo de nieve hasta abajo, aun en los bosques de los 3 mil metros.

- Seguramente el estanque de Nexcoalango estará también lleno de nieve - dijo Eulalio Rivera.

- Ya normalmente su agua se congela casi todas las noches del año - apuntó Salvador Alonso Medina, que en ese momento caminaba por delante de la primera cordada.

 Aunque la pendiente se elevaba desde el principio, aun no era preciso tallar escalones y avanzábamos con facilidad y sin crampones.

- Habrá que marcar la huella para facilitarles la tarea a los otros que en un rato más abandonarán también el refugio y nos seguirán – José Méndez.

La ascensión a los Corredores Oeste del Pecho de la Iztaccíhuatl había sido trazada por primera vez por Ubaldo Martínez, Jorge Rivera y Felipe Sosa, tres escaladores de México - Tenochtitlán, veinte años antes. Es la misma ruta a la que posteriormente se le llamaría “Rampa de Oñate”. Fue intentada durante un lustro por los alpinistas de todo el país y siempre de manera infructuosa. Todos fueron rechazados cuando se  encontraban al pie de la primera pared. Entonces era cuando de lo alto empezaba a caer una fina lluvia de nieve que, desprendiéndose de la cima misma, recorría todo ese flanco nevado y les caía encima. Así, aun antes de vérselas con los problemas propiamente de la roca y el hielo,debían dar media vuelta y empezar a descender.

Toda la historia de intentos, comentada más tarde en los cafés y cervecerías de México - Tenochtitlán, en los que acostumbraban reunirse los alpinistas, dieron una pista valiosa a la cordada de Ubaldo Martínez. Considerada la orientación de la montaña, la helada Rampa de Oñate que da hacia el oeste, por lo que en las primeras horas de la mañana permanece en la sombra. La nieve de su superficie se mantiene entonces con la dureza ideal para poder avanzar sobre ella en la seguridad que las puntas de los crampones encontrarán sólidos apoyos. Pero que esto mismo, unas horas más tarde, cuando el sol empieza a bañar el blanquísimo flanco, reblandece la nieve y comienza su caída. Si para entonces los hombres han superado los primeros dos tercios de la ascensión, todo irá perfectamente. De otra manera estarán situados en medio de una trampa de sol y de nieve. Para ganarle la partida al sol deberían salir a las cinco de la mañana, de mediados del mes de aquel diciembre de 1957, en que tuvo lugar la primera al flanco oeste.

En principio esa fue la clave de su éxito. Resuelto ese primer obstáculo de estrategia, pudieron disponer de un buen margen de tiempo para enfrentar los problemas propiamente de la montaña.

 La empresa fue un sonado éxito entre los montañistas de los valles de México y de Puebla. Hasta una estación radiofónica de la hermosa ciudad de Orizaba, situada en medio del talud este del Altiplano, dedicó una serie de programas en el que se desglosaban los detalles de esta conquista.

Sin embargo la experiencia de Ubaldo Martínez, Felipe Sosa y Jorge Rivera, no fue de pronto aprovechada y los alpinistas seguían siendo rechazados. Solamente hasta que esta cordada volvió a ascenderla, en dos ocasiones más, empezaron a conseguirla algunos grupos de México. Finalmente el reto que presentaba esta ruta acabó por atraer la atención del montañismo. Empero, si pudiéramos personalizar una ascensión, diríamos que la Rampa de Oñate se tomó su desquite. Con el tiempo volvió a cerrar toda posibilidad de ascensión.

 Esto sucedió a partir de aquella tragedia en que seis montañistas se precipitaron en caída mortal en algún lugar de la subida, al principio del invierno de 1975. Guiaba Juan José Oñate, experimentado alpinista.Nadie supo en cuál lugar exactamente había tenido lugar la tragedia ni qué fue lo que la ocasionó. Avanzaban en dos cordadas compuestas de tres elementos cada una. Así  encontrarían los cadáveres más tarde las partidas de rescate, amontonados al pie de la pared. Habían partido, como todos los grupos, del refugio de Chalchoapan. Seguramente su idea era ganar la cumbre más elevada de la montaña, que es el Pecho, y descender por la línea de refugios del lado sur: “Luis Méndez”, “Esperanza López Mateos”,” República de Chile” y finalmente llegar al paraje de La Joya.

En Chalchoapan no había alguien esperando su regreso por lo que no ha quedado testimonio de cómo pudo haberse originado  el accidente. La versión más aceptada que cundió entonces, en el mundo alpino de las ciudades mexicanas de importancia alpina, es que la cordada que avanzaba más arriba, por alguna causa desconocida, se vino abajo y en la caída haya arrastrado a la otra que avanzaba siguiendo sus pisadas en la nieve. Luego de caer, tal vez cuatrocientos metros, los seis alpinistas quedaron muertos entre los grandes bloques de roca de desprendimiento que hay en la base. En esta ocasión habían perdido la vida tres amigos   nuestros que eran precisamente Juan José Oñate, de cuarenta y siete años (por quien ese flanco lleva su nombre Rampa de Oñate),  su hijo Juan José Oñate, de dieciséis años y Senen Martínez, de cincuenta años.

Exactamente un año después, el 2 de noviembre, otros dos escaladores  de la ciudad de México,  también como los anteriores,  abordaron esta ruta pero ahora con la idea central de colocar una cruz conmemorativa en el lugar donde supuestamente había ocurrido el accidente.
 Sus nombres, muy conocidos entre los guías de mucha experiencia, Juan Medina y  Miguel Ángel Chacón Gutiérrez.

Corrieron la misma suerte. Se precipitaron y acabaron muertos entre las mismas piedras de la base en la que habían quedado el año anterior sus compañeros. Tampoco en esta ocasión se supo qué fue lo que había ocasionado la tragedia.

Lo cierto es que en los siguientes tres años a las tragedias,  la Rampa de Oñate había sido objeto de cinco intentos por alpinistas procedentes de la Ciudad de México, Puebla, Hidalgo y Nuevo León. Pero por una razón o por otra todos habían tenido que dar media vuelta y retirarse definitivamente. Después ha quedado desierta esa ascensión en los últimos años. En los círculos alpinos de México fue desgastándose el tema hasta que finalmente dejó de mencionársele.

Y esa fue, a iniciativa de Cork, la idea de esta ascensión. Abrirla de nuevo al alpinismo. Nos dábamos cuenta que el obstáculo que la hacía inalcanzable era de orden subjetivo. Es precisamente el aspecto que más dificultades presenta cualquier montaña virgen o bien toda posible ruta virgen. El reto técnico siempre se enfrenta con interés y entusiasmo hasta que acaba por ser superado. Sin embargo lo subjetivo es una verdadera muralla frente a la cual pocos tienen la presencia de ánimo necesaria para abordarla. Y de manera particular esa dificultad se deja sentir en una ruta que se ha vuelto a cerrar a los alpinistas por las sombras de las tragedias.

Es la mañana del 2 de noviembre. A Cork se le ha metido en la cabeza que, para que el conjuro trabaje en toda su plenitud, tiene que ser intentado precisamente en la fecha fatídica.

También vamos seis individuos distribuidos en dos cordadas de tres elementos cada una. El prefiere las cordadas cortas, de no más de dos elementos, pero ahora tiene que ser así. ¿Por qué empeñarse en repetir el esquema con tanta exactitud?, le habíamos dicho. Bastaba, para el efecto de romper el hechizo, que una cordada de dos emprendieran la ascensión. Su rapidez en las maniobras de escalada para ganar el Corredor Superior y el trabajo de talla de escalones en la nieve, en los tramos que lo requiriera el terreno, aumentaría posibilidades de éxito a la empresa. Más tarde el resto del equipo se reuniría con la cordada en La Joya.

Sin embargo, la verdad era que cualquier argumento que él esgrimiera, terminaría por convencernos dado que todos habíamos acabado sintiendo el reto de la difícil reconquista, de aquel flanco de los Corredores Occidentales, rematados por su magnífica Rampa de Oñate.

- Y aquí vamos - dijo Carmen -, movidos por invisibles hilos, como en el teatro de Sófocles.

- Noto con alegría que has dicho “teatro”, en lugar de “tragedia”- observó José Méndez.

 - Sí. Para no complicarse la vida.

Para cuando llegamos al pie de la pequeña pared de roca, en el lado norte del Corredor Superior, ahora completamente recubierto de hielo, ya los de la otra cordada han abandonado el refugio de Chalchoapan. Sirviéndose de la huella que hemos dejado trazada en la nieve, avanzan con celeridad por la fuerte pendiente bajo nuestras botas.

Cork  estuvo entregado a la tarea de tallar escalones en la nieve durante media hora... Estaba demasiado endurecida y pronto apareció el hielo. Luego de hacer varias oquedades, y una vez que se hubo encaramado unos cinco metros, colocó una clavija en un tramo de roca que había quedado al descubierto entre el hielo. Un hielo negro, quebradizo, como vidrio de botella. Más abajo yo lo aseguraba con la cuerda pasada por los hombros previniendo una contingencia. Sabía que no se soltaría por nada de aquella helada pendiente y fue precisamente cuando tuve esta certeza, que dediqué la máxima atención al sistema de seguro y a mi propia situación. Entre tanto el otro había logrado introducir de manera satisfactoria una clavija  para hielo.

El hielo de las montañas de México no es, desde luego, el delicioso turrón de hielo de las montañas europeas que permite hacer maravillas en la ascensión. En estas montañas del paralelo diecinueve la nieve en su proceso de compactación ha expulsado tantas burbujas de aire que finalmente ha adquirido la consistencia del vidrio. Cualquier golpe le hace estallar en cien pedazos por lo que lograr escalones en él es una tarea agotadora y casi inútil. Tampoco cualquier tipo de clavo para hielo podría servir con eficacia. Pero conocedores de esta circunstancia, habíamos puesto cuidado de llevar  clavijas de cuerda, como si fuera una pija, o tornillo.

Para entonces los de la otra cordada, nos habían alcanzado. Esperaban a que el otro terminara su trabajo en el hielo.

Finalmente escucharon cuando dijo “¡cuerda!” y se fue elevando primero en dirección vertical y en seguida dobló hacia la derecha. La cuerda suspendió por un momento su movimiento. Era señal que otra dificultad había aparecido pero que  ya no podíamos ver desde el lugar en el que nos encontrábamos.

Efectivamente, una acumulación considerable de nieve, demasiado endurecida, impedía el acceso a la repisa. Pero Cork había ganado para entonces la altura dominante del lugar y se encontraba en una posición de cierta seguridad. Desde ahí  podía emprender la tarea de despejar, sirviéndose de su piolet, toda aquel obstáculo. Podía desalojarla o bien optar por tallar escalones y bordearla. Se decidió por este recurso. Cuando se encontró por fin del otro lado, vio ante sí el Corredor Superior casi en toda su extensión, que serían cerca de doscientos metros, lleno de hielo, pero su inclinación hacia afuera no era muy comprometida. Consideró que todos se encontrarían seguros en el lugar. Introdujo una clavija plana en la roca. Luego de asegurarse y pasar la cuerda por su hombro izquierdo y sujetar con la mano derecha la cuerda que se perdía en el vacío de la noche, gritó: “¡El que sigue”. En estas condiciones prefería ese modo de asegurar que desde la cintura. En último caso parar la caída de dos, de nuestras cordada, era más seguro que sólo de la cintura.

 José Méndez llegó hasta él, desarrollando unos movimientos insospechadamente ágiles. Se recorrió más a la derecha y pudo por fin frotarse las manos que, pese a los guantes de plumas, se le habían enfriado hasta el grado de no sentirlas. Se quitó los mitones y empezó la tarea de masaje vigoroso de una mano contra la otra. En el momento que tuvo necesidad de agarrar uno de los mosquetones que pendían de su cordeleta del material, se le quedó pegado a los dedos, debido a la baja temperatura de la que todo el lugar se encontraba envuelto. Fue hasta un rato después que un  dolor intenso empezó a aparecer en sus dedos que, aunque no podía verlo, un color rojizo empezó de nuevo a parecer en las manos.

Por turnos, cada uno del grupo, conforme iban arribando a ese elevado y desolado nicho de nieve y hielo, debían de dedicarse a la tarea de  sensibilizar sus manos imprimiendo enérgicos movimientos de frotación.

- Sólo el hombre intenta traspasar los límites que le impuso la naturaleza- dijo Toci cuando pidió a Cork  restablecer el color rojo de sus manos a base de frotarselas enérgicamente.

Carmen, aunque helada en la pequeña plataforma que había tallado en el hielo  para sentarse, acertó a decir:

Tenía razón  Erasmo de Rotterdam cuando se pregunta a ¿quién se le ocurre escalar una pared de roca y nieve?

- ¿De veras lo dijo?

- Si.

- A los alpinistas- dijo Benito Ramírez que seguía frotándose las manos-. Antes se pensaba que el conflicto nos hace madurar.

Hacer aquella maniobra los tres de la segunda cordada les llevó un buen rato. En tanto los rasgos de las montañas de los planos lejanos habían ido brotando de la oscuridad y los bosques empezaban a dejar ver los detalles de su configuración.

Mientras esperaba que los otros ejecutaran las maniobras que iban dando acceso a los escaladores al Corredor Superior, Cork  comentó que, haciendo un buen trabajo de “barrido” de nieve y hielo, en un área suficiente, podría levantar su tienda de campaña e instalarse ahí por varios días, en plan de vacaciones. ¿Por qué   pensar nada más en los lugares del turismo tradicional para vacacionar?  Después bajaría las cosas por cuerda y él descendería en rappel para finalmente ganar el bosque camino del valle. En caso de alud, la pared de roca estaba de tal modo cortada a tajo que tanto el soplo de la nieve fina granulosa, constante de la tarde, en plena caída, como las masas de nieve de los aludes, pasarían volando sobre su cabeza sin peligro serio más allá de una buena rociada de finos cristales de hielo. Y en cuanto prevenir la nieve que solía caer por la tarde procedente del enorme flanco de la Rampa de Oñate, sería suficiente con la protección del doble techo de la tienda. El agua para beber no sería problema pues dispondría de nieve en abundancia en ese corredor para fundir y preparar la comida y el café.

-No te atrevas a “veranear” aquí si mí, te lo advierto-dijo Toci en plan verdaderamente amenazador.

Tenía años Cork pasándose esa clase de “vacaciones”. Solo o con algunos compañeros de cordada en “El balcón de Zaratustra”, como se le llamaba a la repisa de la pared norte de la norte Rosendo de la Peña: tres  metros por uno y medio y a más de cien de la base. También en el corredor cimero norte de la Pezuña, ambas en el Circo del Crestón, del macizo de las Monjas, arriba de Chico, Hidalgo.

 Su lugar preferido para “vacacionar” era la gran repisa llena de nieve y hielo del sector occidental de la norte del Abanico, cerca de los 5 mil metros de altitud, en el Popocatepetl, en el que acabábamos de pasar tres semanas. Pero ahí mismo habían vivaqueado él y Toci varios días el invierno anterior. Fue cuando tuvo la idea de volver con un equipo de seis y reconquistar el flanco occidental de la Iztaccihuatl.

Continuamos el avance en la dirección que nos indicaba el alargado corredor, que era hacia el sur.  Franqueamos una enorme roca, que apenas nos dejaba un escaso metro lleno de nieve, con pendiente comprometedora, en la que Cork se vio precisado a tallar grandes escalones para facilitar el avance. Después  nosotros pasaríamos por el lugar hasta desembocar en unos  feos rebordes. Eran algo incómodos de roca recubierta con una delgada pero peligrosa capa de hielo. Sin embargo la pendiente se suavizaba. No muy lejos de ahí empezaban los grandes mantos de nieve por los que, esperábamos, podríamos avanzar con más comodidad. En este lugar fue cuando lo escuché decir:

 - Aquí empieza propiamente el enigma…- suspiró -. Pero la belleza de lo que sigue no me engaña - se quitó la chamarra de plumas para tener más libertad en los movimientos con el piolet, la guardó en la mochila de ataque y, dejándose su suéter negro, agregó:- Hay que cerrar los oídos al canto de las sirenas de la facilidad y la hermosura de la montaña…  En adelante habrá que poner toda la atención, sino…

 - Tendrías que olvidarte del Desierto Navajo - agregué.

- ¡Fuera sentimentalismos...!- dijo y levantando su martillo - piolet se metió decidido reabriendo la huella entre el misterio de la nieve de la bella  Mujer Blanca.

Una extensa llanura casi vertical se elevaba por encima de nuestras cabezas, blanca, fría, desnuda. Por un momento no pude evitar el pensamiento que por aquel mismo lugar, exactamente en el que nos encontrábamos parados, habían pasado volando, en caída mortal, los cuerpos de ocho alpinistas. Estos pensamientos no se pueden evitar en montaña, pero tampoco es conveniente retenerlos más allá de un segundo.

-¡Vamos!- apuró Eulalio Rivera que se nos había reunido. A su vez éste aseguró la cuerda de Benito Ramírez que tampoco tardó en llegar al lomo rocoso, un tanto incómodo, recubierto de nieve y hielo. En algunos lugares las puntas de los crampones mordían poco y Cork debió desplazarse un largo de cuerda más allá, en sentido transversal ascendente hacia la derecha, para ofrecer un seguro eficaz. No esperamos a que los otros aparecieran y abordamos con decisión la Rampa tallando escalones. Más adelante la nieve permitió  un avance más rápido y seguro. Cuando los tres, de la otra cordada llegaron, ya habíamos ganado unos cincuenta metros.

Hasta ahí no veíamos que algo especial estuviera esperándonos. Nada de grietas ni algún problema de roca que nos impidiera la vista hasta la cima, la cual dejaba ver una ante cima debido a la curva que muy en alto efectuaba la pendiente. La otra cordada también se desplazaba con normalidad. Un exceso de precaución nos obligaba a subir en fila india. Sin embargo las condiciones del piso eran tan buenas que los de abajo siguieron exactamente nuestras pisadas. Así debieron ir evolucionando las cordadas cuando el accidente de Juan José Oñate.

Para entonces el sol había tenido tiempo para desplazarse y los bosques que quedaban situados debajo de nuestras botas habían recuperado todos sus detalles. La sombra de la Iztaccíhuatl, que en el amanecer es proyectada hasta el otro lado de la cordillera oeste del Valle de México, se había retraído con celeridad hacia nosotros. Y en nuestra misma Rampa empezaban a aparecer los primeros reflejos que daban un tinte dorado a la frialdad del flanco oeste.

Fue cuando todos habíamos recorrido la mitad de la ascensión, que empezamos a ver mil partículas que pasaban a enorme velocidad. Después de golpearnos todo el cuerpo seguían su camino y se perdían en el vacío de donde acabábamos de emerger. De pronto todo aquel flanco se volvió impreciso, como fuera de enfoque, como si se estuviera moviendo.

¿Qué haríamos si nos encontráramos ante la situación que todo aquello se viniera abajo?, ¿qué las grandes planchas de nieve se removieran arrastrándonos hacia el abismo como simples granos de tierra, nos habíamos cuestionado con frecuencia tratando de descubrir la causa de las tragedias anteriores. La primera consideración era que la temporada no permitía que aquella masa de nieve se desprendiera llevándose hacia el fondo  lo que en ella se encontrara. La consistencia era de tal índole que la nieve, bastante endurecida, se adhería muy bien al hielo de más abajo. Pero eran dos cosas las que nosotros podíamos intentar. Una  tratar de ganar el accidente rocoso que por un buen tramo sube paralelo a la dirección que  llevábamos. Una vez ahí hundir  clavos y de seguro que nada podría arrancarnos de aquel flanco. Sin embargo este recurso estaba por descartarse debido que habíamos subido tanto que ya casi lo dejábamos por debajo.

El otro recurso del que podíamos echar mano, en la emergencia, era desplazarnos en línea horizontal y en lo sucesivo avanzáramos en “V”. De tal manera que cuando los dos extremos estuvieran arriba, colocaran cada uno su clavo para hielo y de esa manera, entre los dos, aseguraran el avance del tercero. Luego éste avanzaría hasta invertir la “V” y convertirla en una especie de “A”, para en seguida él asegurar mediante otra clavija para hielo, el ascenso de uno de los extremos. En tanto el extremo opuesto, inferior, sin moverse, también aseguraría al que en ese momento se encontrara subiendo. Con esta solución, dos aseguraban siempre a uno. Tal manera de subir nos llevaría mucho tiempo pero…Llegaríamos. La seguridad estaría garantizada casi por completo. El micro radio  de Mario Campos Borges reproducía  las notas del danzón “A las alturas del Simpson” .No había viento más allá de una suave corriente que llegaba del lado poblano y lo escuchábamos con nitidez.

El hielo fino seguía barriendo la amplia superficie. Observamos que los de abajo se desplazaban en línea recta horizontal y, efectivamente, empezaban a subir en “V”. También nosotros lo hicimos, sin embargo no fue necesario echar mano del recurso de las clavijas pues la nieve seguía manteniéndose en magníficas condiciones para un avance seguro y rápido, tan rápido como nuestros crampones y nuestros pulmones lo permitían.

Nos faltaban dos largos de cuerda para la cumbre cuando el sol nos iluminó de lleno. Era la hora en que todo aquello podría volverse inseguro. Pero ya para entonces nuestras dos cordadas se encontraban tan arriba que la pendiente hacia rato que había empezado a perder verticalidad. Volvimos a avanzar en fila india y continuamos subiendo sin contratiempos.

A las diez de la mañana con treinta minutos habíamos alcanzado el Pecho, que es la parte más elevada de la montaña, algo así como doscientos metros arriba de los cinco mil.

El Valle de Puebla dejaba ver su panorama conformado por las altas cumbres de la Matlalcueye.

Todo estaba radiante. En el cielo se desplazaban perezosas nubes blancas algodonosas. Al sur el Popocatepetl y menos de cien kilómetros hacia el este, el Citlaltepetl brillaba a la distancia, todo cubierto de nieve, como un auténtico  diamante entre el cielo azul profundo. Cork nunca le decía “Pico de Orizaba” y ni siquiera “Citaltepetl”. Gustaba de llamarlo por su nombre original que es “Poyahutecatl”.

- ¡Está bien- dijo  cuando los de las dos cordadas estuvimos reunidos.

Y eso fue todo. Sacamos de las  mochilas de ataque algo para beber. Algunos llevaban te endulzado, otros limonada. Toci y Cork vino tinto. Decían que sus flavonoides protegían a los bronquios, buenos para la digestión, la circulación sanguínea y…

Cork además acostumbraba llevar un litro de agua en la que había vertido, desde el principio de la ascensión, leche en polvo con una porción de miel. El movimiento de la subida se encargaba de licuarlo satisfactoriamente. Era la única ocasión en que consumía algo dulce.

 Su gente de Tlamatzinco lo acostumbró desde niño a comer los alimentos sin azúcar ni sal. Para que no se le olvidara, se le decía que su consumo es una costumbre degenerada de la gente que habita  las ciudades. Que  su uso ayuda a que aparezcan enfermedades y su abuso acaba por destruir a quien tan de manera irresponsable los busca.

 Pero en las grandes marchas, no obstante, durante días en la media montaña, que en México se le llama así a las travesías entre los 3 mil y los 4 mil metros de altitud, su bebida favorita era agua en la que previamente había mezclado leche con miel

Mario Campos Borges señaló hacia una ligera depresión que se encontraba a unos cincuenta metros de nosotros.

- En ese lugar dos amigos míos, Francisco Vázquez F. y Efrén Hernández A. permanecieron treinta días y sus noches, en abril de 1988. Toda una marca entre la nieve arriba de los 5 mil metros sobre el mar. En otros países  ese hecho de seguro hubiera llenado volúmenes de  observaciones médica y psiquiátrica que serían tesoros para el alpinismo y en general para la conducta humana. Aquí, empero, ni siquiera los nombres de estos alpinistas se conocen.

Fuimos abandonando la cumbre, entre pendientes verticales nevadas,  marchando en fila india en dirección al sur.

En la somera depresión de la superficie nevada, que se localiza un poco  antes de la cabecera del glaciar Ayoloco, todavía arriba en los cinco mil, hicimos nuestras necesidades fisiológicas. Con la tensión de la subida el proceso intestinal había quedado como en suspenso, fenómeno muy conocido por los escaladores. Pero ahora todo apuntaba a movilizarse.

Para Toci aquello era rutina. La que se desconcertó al principio fue Carmen. Pero al ver que nos bajábamos los pantalones, con la actitud de   ángeles asexuados, y la indiferencia de los sordos a todo ruido, también se bajó los pantalones.

 Más adelante dejamos la senda bien trazada en el hielo, por las cordadas procedentes del  Pecho, que se dirigen descendiendo hacia La Joya, que hasta entonces habíamos seguido. Abriéndonos paso entre una pendiente de nieve, un tanto blanda, empezamos a bajar por el lado norte del glaciar de Ayoloco, evitando las partes centrales de las grietas. En dos ocasiones Toci nos señaló grietas amplias muy a doc para vivaquearen ellas. Casi era rutina para ella. “Levantas tu tienda-dijo- y estas a salvo de las corrientes de viento. Si cae un alud estarás en la orilla y casi fuera de todo peligro serio”.

 Las condiciones del terreno permitían un avance  rápido. Pocas horas más tarde los seis nos quitábamos los crampones entre los bloques erráticos de la morrena. Evitamos el refugio Ayoloco que quedaba un poco al sur. Luego de descansar un rato  emprendimos la marcha hacia el norte, a través de aquella ladera desnuda e inestable, en dirección del refugio de Chalchoapan. Después  bajamos hacia el lindero del bosque, en los cuatro mil, donde teníamos las tiendas de nuestro campamento, al abrigo confortable del bosque alto.
 















                                           48



 Al día siguiente nuestros amigos descendieron al valle. Habían agotado su tiempo desde varios días atrás. Ya sólo esperaban tomar parte en la ascensión al Corredor Occidental Superior para decirnos adiós. Solamente quedamos Carmen, Cork y yo. Toci debía volar  en dos días para Mendoza, en  la Cordillera Central de los Andes.

Por la mañana los vimos internarse en el bosque en la rápida pendiente todavía nevada, de los cuatro mil.

Una  mañana azul, con bosques verdes intensos y nubes ralas algodonosas flotando lentamente en el fondo de los valles, dejamos a Cork en el refugio Ayoloco, al que habíamos  llegado tres días antes, y bajamos  hacia Amecameca a comprar víveres.  Terreno escabroso de descenso rápido  en las primeras dos horas, a lo largo de la cabecera común de las cañadas Alcalican y Milpulco.

 En los días siguientes él se movería hacia el sur caminando en dirección al Popocatepetl. Al final nos esperaría en el albergue de Tlamacazcalco.  La caminata que tenía que efectuar era en los cuatro mil después de salvar la zona accidentada del sector suroeste de la Iztaccíhuatl, con profundas cañadas llenas de nieve fresca.

Carmen y yo llegaríamos este día hacia el anochecer al pueblo. Dormiríamos ahí y, al día siguiente, ya descansados, iríamos de compras. Por la mañana del tercer día nos procuraríamos un transporte y en dos horas alcanzaríamos también Tlamacazcalco. Cork lo decidió así. Pensó que Carmen necesitaba recuperar fuerzas. Hasta entonces el método de aclimatación a la altura y a las bajas temperaturas,  seguido por el grupo, había dado buenos resultados. No obstante, el sólo permanecer en esa altura puede resultar agotador para alguien que no está acostumbrado al mundo alpino. Después de todo ella no pertenecía a la  montaña y era tiempo que tuviera un buen descanso dentro de las comodidades que ofrecen las poblaciones del valle. Desde luego yo estuve de acuerdo. Me entregó un arma de fuego.

 - En estas montañas no hay seguridad en los tiempos que corren. Ha habido hechos violentos que han quedado impunes. Los pueblos serranos en derredor de la Iztaccihuatl se han llenado de inseguridad en lo que respecta a los alpinistas. Eso ha alentado a los maleantes a seguir sus fechorías. Sobre todo  si vas acompañado con una mujer… como Carmen...  Por fortuna los escaladores siempre podrán evitar ser sorprendidos en tanto duermen. Les basta escoger, como sus ancestros de hace un millón de años   hacían para evitar a los depredadores, pernoctar en las partes altas. Al caer la tarde buscarán con tiempo un lugar para su tienda de vivac a diez metros apenas de escalada del piso. En esta época oscurece a las seis de la tarde. Si para las cinco aun se encuentran lejos de Amecameca, busca la repisa de una roca a varios metros del piso para pasar en ella la noche. Llevas una cuerda de treinta metros de longitud. Con eso será suficiente. En todo caso no dudes de rociar el bosque nocturno de plomo…

Pero nada de eso sucedió. Casi todo el día lo pasamos bajando por cañadas, cruzando riachuelos y atravesando los bosques de diferentes alturas. Cuando el silencio llenaba nuestra marcha descendente era señal que el cansancio de la caminata y el peso de la mochila empezaba a hacer estragos en nuestro organismo.

- ¿Quién le dio ese poder a Abraham para detener o provocar la tormenta- preguntó Carmen.

- Los “ancianos” encargados de la tradición.

- ¿Y, a ellos?

- No sé. Eso se pierde en el tiempo. Pero entre los graniceros es como con los sacerdotes. Nadie lo es hasta que otros sacerdotes le imponen las manos. Igual sucede en la Academia. Nadie es ingeniero, maestro o doctor, hasta que los “ancianos” de la Academia les imponen las manos mediante el examen profesional. El individuo podrá ser el más sabio de la galaxia, pero mientras no le den luz verde, no será ingeniero oficialmente.

 Del refugio de Ayoloco a Amecameca son veinte kilómetros con un desnivel de dos mil metros. Los más duros andarines acaban por resentir semejante esfuerzo.

Era  el último valle antes de llegar a Amecameca. El mundo era verde y por el centro corría, en el fondo de ligero declive, una excesiva humedad que se había convertido en terreno fangoso guardado por los altos pastizales de arriba de los cuatro mil. Pero cincuenta metros más allá, al llegar al lomo rocoso que era necesario cruzar dado que constituía parte del sendero, el panorama era desolador. Un enorme incendio había quemado el bosque al pie de ese dédalo de cumbres y aun las paredes rocosas estaban ennegrecidas por el tizne de las llamas que apenas hacía un mes acababa de extinguirse. Se veían sin dificultad las laderas de la irregular topografía. En otras circunstancias  estas no se descubrían debido al follaje tan espeso por la humedad de las diversas hondonadas.

Llevábamos a la sazón varias semanas de vivir en las montañas. La naturaleza del bosque se nos había metido en el alma. Pero también añorábamos la vida del valle.


Al atardecer llegamos a Amecameca. Cruzamos frente a la pulquería “Los amores de Peleo y Tetis” al  alcanzar las primeras calles de la población.

- En Amecameca todavía hay pulquerías- dijo Carmen  a pesar del gran cansancio que desde hacía un buen rato habíamos empezado a experimentar.

 Esa noche, ya instalados cómodamente en nuestro hotel y aun con los estragos de tan prolongado descenso, asistimos, a través de los grandes ventanales de nuestra habitación que daban hacia el oriente, en dirección de los volcanes nevados que acabábamos de dejar, al espectáculo de la nieve que había regresado y cubría los mismos aleros de las casas hasta el mercado.

La manera en que nos pusimos de acuerdo en vivir juntos, de ahí en adelante, Carmen y yo, a reserva de formalizar todo, fue mediante una pregunta que le hice:

- Dentro de algún tiempo, en cuanto ponga en orden mis cosas en la compañía  en la que trabajo, emprenderé un viaje de vacaciones en tren. Cork me influyó en su estilo de viajar  de esa manera. Será de Leningrado a Vladivostok. Nada menos que siete mil kilómetros de vías férreas. Precisamente de Asia hasta Europa.

- La epopeya de los zares - observó Carmen con cierta tristeza.

- Nadie debía morir sin haberla conocido a través de sus mil estaciones a lo largo de Siberia y Rusia.

-  Más grande que la Orient Express de los europeos.

- ¿Quiere acompañarme en ese viaje?- dije a boca de jarro.

- Desde luego - dijo enseguida y la sonrisa regresó a su vida -. ¿Pero cual de los dos itinerarios que hemos  mencionado? ¿Vladivostok o la Orient Express?

-Usted decida.

-¡Los dos!

- ¡Convenido! Pero antes he de ir en tren de México a Ciudad Juárez. Apenas dos mil kilómetros...Era la manera en que los pueblos del desierto viajaron durante un siglo hasta la capital de la república. Y regresaban a sus poblaciones del desierto. Son los mismos rieles en los que se hizo la Revolución Mexicana. Cork dejó su comunidad en el desierto para  venir a estudiar a México, cuando era niño, viajando en tren...

Carmen me interrumpió para decir con toda la alegría, reflejándose en su hermoso rostro:

- Entonces me decido por las tres: Vladivostok, Orient Express y Ciudad Juárez. Y yo no he de  poner nada en orden respecto de mi trabajo. Tengo mi consultorio propio. Me comunicaré con mi clientela sugiriéndole que en lo sucesivo sea atendida por alguno de mis colegas. Basta que ahora mismo hable por teléfono a mi familia, a cualquiera de los restaurantes de la línea Puebla - Veracruz. Mañana mismo podríamos emprender esos viajes...Mi cuenta en el banco no es fabulosa pero será más que suficiente.

- Puede llevarnos un tiempo considerable - dije como preguntando si estaría dispuesta a pasar meses viajando. En realidad era irse a vivir al tren por algún tiempo. Su respuesta fue tan natural que parecía que tenía tiempo pensando en ello:

 -No hay prisa. Tenemos toda la vida por delante...- y agregó algo que tenía la   intención de despejar de toda angustia la situación:-.Y cuando la flaca cartera de un académico se haya agotado, yo sacaré la mía y agregaré lo que haga falta, ¿entendido?-

 A manera de broma dije:

- Parece que la verdadera liberación de la mujer empieza cuando puede, y quiere, invitar a un hombre...

- Y tú eres mi hombre y yo te invito. ¿De acuerdo?

- Empiezo a verte cara de George Sand -. Ella sabía a qué me estaba refiriendo.

No pude terminar la frase pues aquellos labios tremendamente eróticos me callaron...

- Pamplinas de los psicólogos. Es igual arriba que abajo…

  Por fortuna el mal tiempo  apenas duró unas horas. Después las nubes se hicieron menos espesas y el cielo despejado empezó a ensanchar su dimensión. Ella miraba con mucha atención hacia el cielo estrellado. A la pregunta necia mía en el sentido que si el cielo le parecía hermoso, respondió en broma:

- Es bello. Pero busco algo concreto.

- ¿La nave de otro planeta?

-         A la estrella Cacciaguida.

Conocía  bien el mapa del cielo debido a nuestras incursiones en el desierto, pero Cacciaguida no me rebotaba por ninguna parte.

- Jamás la he oído nombrar.

- Yo tampoco. Fue hasta que leí La Divina Comedia.

-Es fácil localizarla- dije con suficiencia.

-         ¿Cómo?- preguntó con curiosidad.

-         ¡Ahí, a la derecha!, ¿la ves?

- No.

-¡Está próxima a la estrella que habita el Principito!

- ¡Cierto!- contestó riéndose- ¿Cómo no se me había ocurrido tal cosa.

Luego de la cena caminamos dos calles para llegar al hotel. De pronto Carmen se paró señalando con la mano. En un poste de madera estaba pegado un enorme cartel de propaganda política, pues se aproximaba  el tiempo de elecciones para diputados y senadores en el país.

Era una enorme foto y abajo, en rojo:” Con Salim para senador, por la democracia, hasta la victoria”

En el hotel Carmen veía hacia la noche en dirección del Popocatépetl.

- No debes de preocuparte de Cork. Si él quisiera, bajaría corriendo y en dos horas llegaría a Amecameca. Recuerda que en su pueblo todos corren detrás de una pelota de madera durante horas. Corren y corren porque ya lo traen en la sangre. Se van por valles, sierras y planicies y luego de darle una vuelta al mundo regresan a su pueblo precedidos por la pelota de madera. Aquí al menos dos veces en el año  sube corriendo de San Pedro Nexapa hasta Tlamacazcalco por toda la carretera.

Esa noche, después de cenar y observar la cabellera rizada de Carmen, su piel oscurecida, los sensuales labios abultados y la estructura de su cuerpo, le había dicho:

- Tu hermoso ADN viajó desde muy lejos antes de llegar a México.

- Luego, mirando ella hacia mi pelo rojo, observó divertida:

- El tuyo también, Guillermo.

- Así es.

Iba yo a  decir algo del  ADN de Cork, cuando recordé que Carmen le había preguntado en el refugio de Ayoloco:

- ¿Y el tuyo?

- ¿El mío?...Chihuahua. Apenas dos mil kilómetros. Nada de otro continente...

- ¡Bering!- corrigió Carmen y agregó:-Veinte mil años, según las puntas clovi.

Cork abrió mucho los ojos. Al parecer no esperaba aquello. En tono de admiración, exclamó:

- ¡Formidable mujer! ¡Te felicito Guillermo! ¡Cuídala! Su cultura es tan amplia como su trasero.

-¡Grosero!-protestó Carmen.

Veía a Carmen con su libro hasta muy entrada la noche, bajo la discreta lámpara de sobremesa,  en el rincón de la habitación del hotel. Usaba lentes para leer. Y, una vez que empezaba, pronto parecía despegar de la tierra que pisaba y perderse en otros mundos.

Luego la escuché decir, como quién está relatando el placer de haber comido una buena rebanada de delicioso pastel:

- Una verdadera dicha esto de leer libros... Pero también tiene su aspecto de desazón. Sucede como cuando tienes enfrente cinco mujeres bellas que te sonríen pero sólo puedes dedicarte a una. O tres pasteles deliciosos del cual nada más podrías probar uno. O cinco automóviles que te encantan y te es dado conducir en determinado tiempo nada más uno. Así es esto de los libros. En ocasiones te dedicas a uno de esos libros y vas avanzando un poquito tres o cuatro a la vez. Pero hay otros dos por ahí frente a los que no puedes resistir la tentación de, siquiera, echar una ojeada. ¡Y ya estás, perfectamente “enlibrado”! No se puede ir de esa manera a ningún lado.

-¿Y?

-¡Es necesario mandar todo al demonio y empezar de nuevo con uno!..o dos.


En el tercero y último día de nuestra permanencia en Amecameca asistimos al cine. A la salida fuimos a cenar en la cantina de la esquina noreste de la plaza principal de la población. Este lugar es famoso por la manera como preparan los mixiotes que ahí sirven. Y como acompañamos ese platillo caliente y muy picoso con un tarro de cerveza fría, pues todo fue mejor. En este país  todavía no es recomendable entrar a una cantina si se va acompañado de una mujer. Hace algunos años la cantina  era un lugar reservado para los hombres. Un mundo exclusivos de borrachos malhablados, fanfarrones y pendencieros. En las cantinas mexicanas se morían más buscabullas que soldados murieron en toda la Revolución Mexicana. A últimas fechas ya se ha vuelto menos extraña la figura femenina en esos ambientes. Aun así cualquier día se puede uno encontrar conque alguien quiere agarrarle las nalgas a tu pareja o bien hasta querer raptarla a la salida aprovechando la noche oscura y la complicidad de compañeros de parranda.

Es un lugar amplio pero aun así escogimos la mesa apartada de una esquina

En los  días que llevábamos en Amecameca le había escuchado desarrollar los temas más variados. Ya para entonces a Carmen empecé a llamarla Scherezada.

- O leemos libros o nos regresamos a Neandertal, dijo.

-Entendido, Scherezada - dije -, por esta noche ya puedes irte a dormir. Estás perdonada hasta mañana que el verdugo te cortará el cuello con tremenda cimitarra....

Se desnudó. Sacó de su mochila una bata que había comprado en un establecimiento cerca del mercado. Hasta entonces sólo había tenido una idea de las nalgas soberbias que en realidad poseía. “las nieves de Siberia se van  a derretir conforme pase nuestro ferrocarril”, pensé.

Cuando esperaba, muy interesado, escuchar otro relato, escuché decirle:

-¡Ahora quiero que me des un beso!- pero agregó en seguida:-. ¡No, espera!

Se levantó y, acercándose, me tomó de la cara con suavidad y pegó sus labios a los míos.

Me dispuse a pagar la tenue luz que salía de cerca del piso pero ella me detuvo:

-¡No! Déjela. Además de sentirnos, necesitamos conocernos...

Debo confesar que yo no tenía mucho que enseñarle. Pero aquella mujer era especial. Lo comprobé cuando le escuché decir:

- En el mundo de la causalidad todo es cuestión de física. Ahora sé que aunque tengamos ochenta años, tú me harás feliz...Y como eres deportista y haces ejercicio por hábito, eso podría prolongarse hasta los cien años.

        -Eso espero.

Expectante, me enderecé un poco para ver la expresión de su rostro medio tapado por las almohadas. Sin abrir los ojos sintió mi mirada y, obsequiándome con su sonrisa, la escuché decir:

        -Hay  hombres que  reafirman su confianza por medio de  palabras encantadoras e íntimas que escuchan de la mujer. Estas pueden ser más o menos sinceras por parte de ella. Entran en juego muchas situaciones como la pasión, la inseguridad económica, los celos...

No estaba seguro a dónde quería llegar.

- ¿Y?

Volvió a reír, ahora de manera decidida:

-         Tu no tiene por que preocuparte. Nuestro amor no se mide sólo en palabras...

- ¿De qué otra manera?

-En los centímetros cúbicos de una probeta...Ante tal evidencia no hay argumento que valga.

- ¿En centímetros cúbicos? ¡Jamás se me hubiera ocurrido expresarlo de esa manera!

Ahora sabía que con la hermosa y temperamental Carmen, que en ese momento tenía sobre mi pecho, y sus morenos senos casi cubriéndome la cara, se podría alcanzar la mayor orgía de amor que hombre alguno podría soñar. Sin embargo tuve conciencia desde ese momento que yo había sido incluido al dossier de Carmen. Ella era ella y yo acaba de trasponer la puerta que me permitía la entrada a su universo. Pero nada más. En la medida que yo la cuidara ella me conservaría dentro de su pecho. De otra manera simplemente me dejaría fuera. Como dice Cork que hacen las mujeres navajas. Podríamos vivir juntos toda la vida pero ojaláfuera en la comunión que habíamos alcanzado en esa noche.

Pronto descubriría que Carmen Amaba a Virgilio. Más que a Poquelin y que a Gothe mismo. De hecho conoció a Virgilio a través de Goethe. Por Dante  volvería a encontrar a Virgilio y leyendo a San Agustín había encontrado de nuevo a Virgilio. En adelante ni siquiera el mismo Homero ni tampoco Odiseo llamaron tanto la atención de Carmen como Virgilio. Todo lo que este poeta había escrito o que se relacionara con él, le interesaba de manera especial. Lo descubrí a la mañana siguiente. Aun no se terminaba de vestir cuando la escuché relatar algo que me pareció de calidad. Empezó de esta manera:

Se tiene la impresión que ahora la lectura de La Divina Comedia ha quedado circunscrita a los círculos de estudio…

- ¿Porque Virgilio y no Dante?

- Virgilio, un siglo antes de Cristo, escribió la Eneida. Se trata del antecedente de La Divina Comedia. Cuando Troya... Pero esa es otra historia - dijo callándose de pronto. Y volvió a besarme...



       49                                      


Por la mañana del tercer día, tal como lo habíamos planeado, dejamos Amecameca después del almuerzo. Liquidamos la cuenta en el hotel y echándonos las mochilas al hombro, caminamos hacia la plaza del centro de la población. Tomamos un vehículo y enfilamos hacia Tlamacazcalco. En una hora llegaríamos al lugar donde nos esperaba Cork. Pero apenas hubimos pasado San Pedro Nexapa, fuimos detenidos por los grupos de salvamento.

 El hielo cubría de tal modo la carretera que, por seguridad, a ningún transporte dejaban pasar. La solución era volver a la población y esperar otros dos días en tanto el sol fundía la nieve. Pensamos en Cork. Estaba aislado a veinte kilómetros de distancia y casi a dos mil metros por arriba de donde nos encontrábamos. Y esperando nuestra llegada. Salir de esa situación para él resultaba sencillo.  Simplemente bajaría corriendo a través del bosque y listo. En dos horas estaría en la población. Pero en la fase en que se había venido desarrollando el plan original de nuestra travesía alpino - arqueológica, desde el monte Tlaloc, ya sólo quedaba la última etapa por recorrer. Desde luego que no bajaría, pese a la escasez de víveres en su mochila. Era demasiado cabeza dura para abandonar la empresa a estas alturas del desarrollo de la empresa.

Tuve que tomar una decisión. Carmen quería acompañarme a toda costa pero me opuse. Remontar  cerca de dos mil metros en veinte kilómetros sería una prueba por demás fatigosa para ella. Metí cuantos víveres pude en la mochila y le dije que regresara a Amecameca. Había tal cantidad de vehículos detenidos que cualesquiera la llevaría de regreso a la población. Ella me veía consternada. Quería acompañarme y había soñado con participar en el descubrimiento del Teocuicani. Al despedirme le recomendé:

- Regresa a México. O si prefieres, pasa un día o dos en Amecameca. Instálate en comodidad en el hotel y espera. Aunque no le veo caso. Pero no intentes alcanzarnos en Tlamacazcalco, en la situación que la nieve se fundiera pronto y el paso de la carretera quedara libre…Hoy llegaré, a como de lugar, al albergue y mañana, o más tarde pasado mañana, habremos empezado a desplazarnos de nuevo hacia el sur. Conservando el paso por las cotas elevadas. No nos encontrarías ya. Adiós, pues. Te amo y te deseo. O te deseo y te amo. ¡Cuídate! Me marcho. No hay tiempo que perder. Saqué de la mochila un pequeño paquete que contenían tres libros y se lo di.

- Guárdamelo, por favor. Necesito economizar peso y no puedo llevarlo desde aquí. Al regreso me lo das.

-Desde luego -dijo.

El día anterior nos habíamos metido a una librería  del centro de la población. Carmen dijo que quería comprar algo. Tenía claro lo que buscaba. En breve puso en mi mano a tres autores. Eran Schopenhauer,  Maugham y Salvador Elizondo. Me los obsequiaba.

- Son tres grandes pensadores- había dicho-. Cada uno en su campo. Tú los has mencionado en algunas ocasiones. Me gustaría que, en los tiempos que están por venir, tú y yo los leyéramos. Con calma. A profundidad. El escepticismo, misoginismo y la soledad del primero, y la mariconería del segundo, no deben detenernos. Son grandes pensadores en el mundo de las letras. Salvador Elizondo tiene un interesante trabajo sobre La Gioconda. ¿Te gusta la idea?

- Me encanta tu ocurrencia...

Luego de guardar el paquete en su mochila, nos dijimos adiós. Era el segundo adiós. No quería ser dramático y simplemente le dije adiós agitando la mano en el aire. Me di la vuelta y empecé a caminar.

Carmen traspuso la valla que hacían los hombres del Socorro Alpino, algunos de los cuales conocía yo. Me alcanzó y me dio un beso en la mejilla. Me entregó un sobre.

- Esta carta la recibí en  mi casa, el día que dejé la ciudad para reunirme con ustedes en Río Frío. Es para Malcom. Entrégasela, por favor. Me había olvidado de hacerlo personalmente cuando estuvimos allá arriba… ¡Ah!, y no regresaré a México. Hoy y mañana permaneceré en Amecameca, en efecto,  pero en los días siguientes alquilaré un automóvil e iré por carretera hacia Ozumba y Atlahutla. Y a todas las demás poblaciones del sur que sea necesario. Hasta Tetela del Volcán, si es preciso. En alguna de ellas tal vez salgan, si es que en esta ocasión tampoco encuentran  el Teocuicani. Y yo estaré al pendiente. En todo caso esperaré. Esperaré todo el tiempo  que sea necesario. Y si en algunos días no regresan acudiré al Socorro Alpino y a cuantos guías profesionales sean necesarios y organizaré una partida de rescate... Sobre todo quiero que recuerdes que no tengo vocación de ser sacerdotisa de la vida solitaria. Ni tampoco confundo la frigidez con la filosofía. ¡Te esperaré!

Sólo acerté a decir:

- ¡Ya volveré!, ¡Volveré! Volveré para amarte y para que me enseñes a amar a Virgilio - dije y me apresuré a marcharme antes que las cuerdas de mi alma perdieran esa tensión que se necesita para  caminar por las montañas. Confieso que tuve que hacer un doloroso esfuerzo de voluntad para cortar aquel encanto. Después de todo, no me hacia tantas ilusiones. Miles de hombres que marcharon a la guerra jamás volvieron. Se despidieron con la misma efusividad  con la que  lo hacíamos Carmen y yo...Y el enemigo humano sólo es un pigmeo comparado con la montaña...El tercer adiós tuvo que ser, por necesidad, más abrupto. Simplemente me di la vuelta y empecé a caminar de nuevo.

 Caminé un rato por la blanca carretera. A la derecha dejé el caserío de La Comunidad y más adelante el bosquecillo artificial de Los Viveros.  El viento pasaba y de vez en cuando las ramas de los árboles, demasiado cargadas de nieve, se desgajaban y se venían abajo. Más adelante, al acercarme a las estribaciones suroeste de la montaña  remonté la pendiente hacia la derecha. Aquí el bosque se mostraba ya desbordante de nieve y de luz. Miré hacia abajo tratando de escudriñar la sima oscura de las grande cañadas invisibles. Tuve la impresión  que el buen tiempo se sostendría. Ahora  un vientecillo helado recorría la floresta haciendo notar su presencia a través de pasar entre los árboles y hacer caer los carámbanos de hielo. En tanto me ponía de nuevo la mochila sobre los hombros, después de un breve descanso, y aspiraba con todas mis fuerzas aquel aire diáfano, me dije que no podía existir un mundo más hermoso que este. Es decir, rectifiqué, solamente la cultura y las piernas de Carmen...

En tanto recuperaba la respiración, tirado entre los grandes zacates, todavía agitado por el esfuerzo, encendí mi teléfono móvil para ver si Carmen me enviaba algún mensaje que me contara de su regreso a Amecameca. Nada. Había otro correo. Era de Sandra V. Chacón González. No conocía a  la mujer que me lo enviaba. El texto decía: “Soy hija de Miguel Ángel Chacón Gutiérrez quien en cordada con Juan Medina Saldaña ascendieron a los Corredores de la Iztaccihuatl el 25  de noviembre de 1975 donde, en los Corredores de Oñate, habiendo asegurado la ascensión por la Rampa, con una clavija de cola de cochino, les sobrevino un alud y cayeron 400 metros con un rebote a la mitad del camino. Al salirse la clavija no hubo qué los detuviera. Ambos experimentados alpinistas, y excelentes hombres, padres y amigos se les sigue recordando con respeto y mucho cariño.”

Nunca los olvidaremos, me dije. Los que caen en la montaña pasan a vivir para siempre en nuestras almas. Y si el accidentado fue el compañero de cordada, el  sobreviviente se preguntará todos los días: ¿por qué? Sobre todo se piensa en todo lo que ya no pudieron vivir. Algunos ni siquiera conocieron hijos y otros a sus nietos. El hijo de Oñate, muerto junto con su padre en la Rampa que lleva su nombre, tenía 17 años de edad…Pero no hay respuesta. Con Juan Medina, de México, y con Santos Castro, de Real del Monte, Hidalgo, había yo hecho escaladas inabordables para ese tiempo. Eran, verdaderamente, como dice Sandra, excelentes escaladores. No tuve la fortuna de conocer a Miguel Ángel Chacón pero igual lo sentía y volvía a preguntarme ¿por qué? Santos Castro murió en la norte del Abanico del Popocatépetl (que en ese momento tenía yo casi sobre mi cabeza). Se desprendió, quedó herido y durante horas osciló llevado por el helado viento de los cinco mil, hasta que se dobló sin vida. Su cuerpo siguió oscilando, como péndulo.

 Ni siquiera puedo imaginar el estado de ánimo de los familiares de los que caen en la montaña. Todo lo que se diga resulta pálido. ¡Condenado deporte este del alpinismo! Lo absurdo es que, si tuviéramos otra vez la oportunidad de decidir, volveríamos a escoger subir montañas.

 El cielo seguía siendo  azul y el sol llenaba generosamente el panorama de la alta montaña, arriba de los cuatro mil. En todo el trayecto la negra pared norte del  Abanico, llenos sus corredores de nieve y hielo, brillaba muy arriba de los bosques. Proyectaba su hermosa figura para los turistas y su angustiosa imagen para los escaladores que, muy en el fondo, todos soñaban con abordarla alguna vez. Más tarde, al ganar la cresta norte de la cañada de Nexpayantla, el sol inundaba con intensidad los valles profundos y cálidos del oeste.

  Entonces, no obstante el peso de la mochila por los víveres que llevaba, estuve seguro que antes del anochecer alcanzaría los cuatro mil del albergue Tlamacazcalco. Luego de otro descanso me levanté. Me disponía a continuar la ascensión cuando escuché una voz lejana que me gritaba: “¡Espera!”

Se trataba de otro montañista que, por lo visto, así como yo, había decidido llegar caminando a Tlamacazcalco. No lo conocía. Cuando llegó hasta donde me encontraba dijo llamarse Jorge Rivera. Conocía a Cork.

- También me intereso por el Teocuicani. Desde hace tiempo. He hecho por mi cuenta algunas salidas de búsqueda a la alta montaña pero sin éxito.  En San Pedro escuché parte de tu conversación  con aquella hermosa mujer y nombraron la palabra Teocuicani. Comprendí que ustedes también estaban en eso. Conozco a Cork y seguramente no habrá inconveniente que me una al grupo. ¿Qué dices? Aquí llevo una buena cantidad de latería, además de carne fresca…Una tienda de campaña en la que, en caso de emergencia, cabríamos los tres…

En tanto se daba un respiro por la marcha apresurada que había tenido que hacer para alcanzarme, dijo sentado sobre la arena negra de la pendiente y recargado en su mochila, al tiempo que se secaba el sudor de la frente:

- Sé que Cork ha buscado esa montaña arqueológica por más de diez años. Yo también tengo algún tiempo, Charnay, Lorenzo y quién sabe cuantos más, que no sabemos, la han buscando…Ojalá esta vez tengamos suerte. Uno nunca sabe…

- Por mi parte encantado - le dije -. Pero basta de estar platicando aquí como si estuviéramos de compras en el mercado. Nos espera un buen trecho de duro ascenso.

- Desde luego - respondió el otro que era resistente y se veía de suficiente experiencia en la montaña -. ¡Vamos, pues!

Juntos seguimos hacia arriba. El pájaro de las alturas planeaba cerca de una nube algodonosa. Otra nube también  pasaba desgarrandose entre los riscos de la Torre Negra y perezosamente seguía su camino hacia el oeste.

Todo era bello.

-Sí, bien vale la pena, cualquier esfuerzo y cualquier pena-dije.

-A qué te refieres-preguntó Jorge.

-A la búsqueda del Teocuicani…










                               50


Cork nos vio de lejos mientras doblábamos el último recodo del sendero.

La plazoleta, entre los dos albergues de Tlamacazcalco, estaba llena de nieve debido a las tormentas de las últimas semanas. Pero esta mañana el cielo volvía a recuperar su intenso color azul. Salvo alguna raya blanca algodonosa que parecía moverse con suma lentitud hacia el oeste, todo estaba en calma. El viento apenas sí imprimía algún movimiento a las hojas de los árboles que a la sazón tenían un peso adicional de nieve. Ayer en la noche el Popocatépetl había lanzado de pronto una columna de humo de al menos tres kilómetros de alto, muy visible desde Amecameca, pero el volcán  ahora estaba en santa paz.

Alcanzamos el albergue y sólo hasta llegar al pie de la chimenea bajamos las mochilas. Le presenté a Jorge Rivera.

-Tiene años buscando el Teocuicani.

Cork sólo dijo:

-Ya somos tres, bienvenido. Ya nos conocemos.

Comimos como sólo los montañistas saben hacerlo cuando dejan sus mochilas en el suelo después de una extenuante caminata. Empezamos remojando nuestra garganta con medio litro de vino tino tomado casi sin descansar.

Por la noche, ya metidos en nuestros sacos de dormir, encaramados en las literas del antiguo albergue, le había dicho a Cork:

- A veces pienso que las cosas no te serán fáciles con  Clemencia…

- Puede que estés en lo cierto. Nuestra relación se parece al Big Ben. Ella es la que se acerca y me busca y me encuentra sin importar el lugar en el que viva y, según dice, en la época en la que viva. Pero luego se aleja. Dudo que esta vez me encuentre en territorio Navajo, a donde viajaré dentro de poco tiempo. Clemencia no quiere abandonar   su horizonte...

- ¿Cuánto puede durar ese Big Ben?

- Lo ignoro…Lo cierto es que en el norte...

- ¿Insistes en la muchacha, habitante de Irritiland?

- Pertenece al grupo de los hopis.

-  ¿Cuándo la conociste?

- No la conozco.

- No entiendo. ¿La contactaste por Internet?

- La gente grande del grupo se encarga de ese asunto. No tengo por qué inquietarme.

- ¿Estás loco? ¡Esa muchacha...! ¡No existe en realidad!

- En cualquier momento puede ser más real que Clemencia.

- ¿Y si no te gusta la mujer que te señalen para casarte? ¿Y qué pasa con tu libertad de elección?

- Nunca dije que se tratara de matrimonio, pero esa es la idea. ¡Tiene que gustarme! Allá, como acá, la selección entre las almas y los sexos debe entrar por los ojos, seguida por el trato, lo que sugiere un periodo de convivencia con la comunidad. Sobre todo que la comunidad tienen aquí su opinión pues mi presencia la afectará para bien o para mal. Lo mismo sucede en cualquier ciudad del mundo. Aunque no en todas se sigue contando con ese censor social que significan los ancianos o guías. A eso se debe que, con el tiempo, la ciudad va tomando el estilo de la gente que en su mayoría la habita: tiene un proyecto, hay progreso, se debilita, es estudiosa,  sólo va tirando, es vandálica, asciende, se consolida o tiende a disolverse…

- ¡Pero, qué diablos! ¿Te imaginas cómo puede ser esa relación?

 - Vine al mundo para esa relación- dijo un poco en broma recordando el Evangelio de Mateo. Después, en serio, agregó:-.   De entrada debes de saber que la mujer hopi es la que lleva la voz cantante en la vida de su  sociedad…¿ Libertad de elección? No me vengas con esas…Muchos hicieron uso de su libertad y... Otros, y no pocos, decidieron con libertad cuántos hijos tendrían y dejaron niños en los cuatro rumbos de la ciudad...Estos  ahora viven en las cloacas del primer cuadro de la ciudad o bajo los puentes del metro Taxqueña...O en el metro Zapata...Ciento setenta mil niños de la calle en el país no le confiere certificado de salud  a ninguna sociedad. Por lo pronto tengo dos o tres oportunidades para decidir.

- Menos mal que tienes varias oportunidades pero, ¿por qué dos o tres? Es lo que llamo limitar la libertad del individuo.

- Seguramente. Pero estaré mejor que Adán. No tenía  mucho de dónde escoger…

- ¿La mujer hopi también selecciona?

-Sobre todo la mujer navaja y la hopi. Como todas las mujeres del mundo. La vida entre los navajos lo centraliza la mujer. Las sufragistas inglesas del siglo diecinueve, las costureras estadounidenses en el principio del siglo veinte y las feministas mexicanas en los años sesenta, empezaron a querer ejercer una vida en su sociedad que la mujer navaja practica en líneas generales desde hace siglos. Como siempre, y en todas partes, donde el alma rural haya conservado las condiciones de vida pegadas a la tierra. La lucha de los derechos de las mujeres es propia de las ciudades grandes. Como aquí todo tiende a diluirse, esa lucha busca reconquistar una preeminencia que ya tenía la mujer en los ambientes ordenados de las poblaciones chicas y que perdió al emigrar a las metaciudades. Las mujeres hopis- navajas son la representación, y la preservación, de una alma colectiva que cada vez se conoce menos en la multitud de la ciudad, porque ésta ha dejado de ser ciudad para convertirse, como dice alguien, en sólo un inmenso montón de casas. Por lo demás, dime Guillermo, ¿siempre se acierta en la ciudad cuando haces valer tu libertad de elección? El hombre que se casa descubre veinte años más tarde, que tuvo que estar desempeñando el fatigoso papel de un padre. No hagas aquello, cuidado con esta situación... Para entonces ella está tan fastidiada, de esta inesperada custodia, que realmente se sentiría feliz de poder quedar libre. Es el precio del pensamiento apolíneo en las civilizaciones occidentales. Para colmo, él, ya bastante maduro, vuelve a tomar bajo su custodia a otra mujer, ahora joven. Aquella, a su vez, no tendrá mayor reparo en ponerse de nuevo bajo la protección de otro hombre, de preferencia joven. O, en su ausencia, maduro. Y vuelta a empezar.

Empezó a parecerme interesante ese asunto.

-  ¿Y, allá, cómo es todo esto?

- Con la mujer hopi no cabe este juego. Su práctica étnica naturalista, pegada a la tierra, le advierte que al primer paso en falso hay que dar por terminado el asunto. Antes que pase el tiempo. Las parejas que han llegado a la ancianidad es que tuvieron siempre presente todo esto. Desde muy temprano aprendieron a  caminar sobre el filo de la navaja.

- ¿Pero que vas a hacer allá?, ¡Tú perteneces a la vida moderna de la ciudad!

- Entre proyecto y proyecto a desarrollar, en cualquier parte del planeta, volveré a Tlamatzinco. Ese será mi punto de partida y al lugar donde debo regresar. Entiende que sólo en esos horizontes de primeros planos dorados y fondos azules envueltos en una atmósfera de lejanía, está la promesa de la vida, la perspectiva que habla del porvenir. En las calles y callejas, de la ciudad antigua, llenas de metafísica, anida el sentimiento de lo íntimo, que encierra a su vez el peligro de volverse tan íntimo que, un día, ya no le guste el sol y desemboque en la deformación somática y espiritual. La ciudad, como la conocemos, está hecha en el aspecto que te estoy diciendo para protegerse del sol, de la lluvia, del viento, de la oscuridad, del rojo, del verde, del azul y se enseñorea en ella el color pardo. Y como en este país no se escucha a los arquitectos del paisaje, después de la ciudad antigua está, por todas partes, la ciudad caótica, por lo que de una planeación obsoleta se pasa a un desorden manifiesto.

- En la ciudad hay museos, bibliotecas, conciertos de música clásica y popular, exposiciones de pintura, cines, teatros. En fin, está la cultura…

- Como si no estuviera. Agarra al primer hombre que pase por la calle y pregúntale cuántas veces ha frecuentado en el último año  esos lugares. Te dirá que la última vez fue cuando de la escuela secundaria los enviaron, como tarea, a visitar museos.

- ¿Y si un día ya no funciona el matrimonio, qué diablos vas a hacer?

- Marcharme. Se vale. Igual sucede en nuestras ciudades. Puedes verlo en los largos mostradores del Ministerio Público. El montón de solicitudes de divorcio es sólo un poco menos alto que el que hace las solicitudes de matrimonio.

- ¿Marcharte tú? ¿Por qué no ella?

- No lo sé. Pero ella no es la que se va. El hombre es el que tendrá que seguir su camino.

- Como sea, la separación debe ser  improbable entre los hopis, ¿no?

- Tampoco lo sé. Espero que así sea. Allá los matrimonios son para siempre. Pero no se descarta que una mujer hopi de todos modos se canse de su compañero. Recuerda que la mujer soltera universal vive soñando en el día que contraerá nupcias y, ya casada, se la pasa soñando con volver a ser soltera. “Cuando uno se siente amarrado tiende a liberarse” dijo un personaje de Benedetti. Nada tiene esto de raro en cualquier cultura, con las uruguayas, las africanas, las alemanas o las mexicanas. Pero en tanto en otros pueblos deshacer el matrimonio significa un verdadero intríngulis de desgarre sentimental, legal y económico, entre ellos no.

- ¿Cómo sucede?

 - Ya te dije, simplemente puedes encontrar un día, al amanecer, tu mochila, tu piolet y tus crampones, en la puerta de la casa que da a la calle. Ya ni siquiera se asomará ella por la ventana. ¡Nada! Y ahí acaba todo. Ella volverá con su familia y tus pertenencias y tu casa  se irán tras ella.

- ¡No juegues!

- Bueno, la indemnización por uso y la pensión alimenticia, si es que hay hijos, que ella seguirá criando, también se estila entre las leyes de las caras pálidas. Peor aun, la mujer occidental u occidentalizada, te persigue a través de cuanto trabajo puedas conseguir en, por lo menos, dos décadas, para expropiarte legalmente, olímpicamente, parte de tu salario. Si se pone de acuerdo con su abogado entre los dos te dejarán solamente con tu hojita de parra en cualquier banqueta de la calle de la ciudad. La mujer hopi solamente una vez te deja en pelotas y no vuelve a interesarse por ti en la vida.

- ¿Seguro?… ¡ Oh diablos, cómo pudiste…?

- Son las leyes de mi pueblo.

- ¡No eres hopi! ¿O sí?

- Como si lo fuera. Por el tipo de sangre no hay problema. En la base de mi espina dorsal también está una pequeña mancha de tonalidades violáceas…Llevamos el mismo lunar asiático. Por eso es Irritiland. Básicamente la religión teotihuacana y la de Casas Grandes es la misma que la hopi-navaja. Pertenecer a una cultura, en un grupo en el que todos sus componentes estén cohesionados, en un sentimiento cósmico, en los mismos símbolos, y que todos se imaginen al universo de la misma forma... Ahí por lo pronto se ve el proyecto de la permanencia en los símbolos. Un habitante nato de la ciudad no puede sentir la distancia como alguien que ha nacido en la llanura. Hay que ser especial para haber nacido en la ciudad y sentir la distancia. Pero no así el habitante nato para el que el universo termina en la  última calle de la periferia. Para mi los muros de la ciudad aprisionan hasta al viento. Estos muros condicionan a los que nacen entre ellos. Es una tendencia al senequismo y esto desde luego es un bello acontecimiento. Un habitante del desierto lo aprecia mejor que nadie en el mundo. Es una gran cosa eso de vivir entre la gente. Pero cuando la ciudad rebasa ciertos límites, esa tendencia se vuelve negativa. Lo mismo que en los laboratorios donde las colonias de experimentación sus individuos son demasiados, empiezan a agredirse entre si. En lugar de seguir desarrollando el espíritu de colaboración, salta la tendencia individualista depredadora...

- Se me dificulta entenderte...

- ¿Por qué los hopis- navajos y no los huicholes o los aimará de Perú o los ranqueles del  sur de América? Son  grupos que más pureza han podido conservar en sus tradiciones. Debido a ello no requieren más para resolver las necesidades  inmediatas y estéticas que van encontrando en la vida. ¡Si los mestizos los dejaran vivir en paz! Por mi parte necesito una tradición indígena capaz de aceptar lo mejor de la tradición europea... y estoy pensando en su gran tesoro cultural y tecnológico. - ¿Y eso lo encontrarás en los desiertos desnudos?

- Mi mochila siempre tendrá un kilo de tortillas y un ejemplar de estos pensadores.¡ Ah, y un trago de cerveza para remojar la garganta! El desierto ocasiona mucha sed…Pero no te preocupes. En lo relacionado con la muchacha  que me espera creo que agarramos el asunto por el final. Un feo final que espero no se dé.  Tal vez viva con mi mujer un final color de rosa como en los cuentos de los hermanos Grimm... Por otra parte, ¿te imaginas vagando a través de la llanura hopi-navaja, roja como el Sol, en caballo o a pie. ¿Has oído hablar del desierto norteamericano de las Cuatro Esquinas

- ¡Se trata sólo de una reservación?

- ¡Tan grande como Holanda y Bélgica juntas! Y con la seguridad que los gringos no la ametrallarán, como hizo Porfirio Diaz con los mayos, para quitarles sus tierras! Esa etapa fue larga y por demás dolorosa, en Estados Unidos, pero al fin ha pasado.... ¡Ah, que delicia! Levantar mi ligera tienda de dos metros por tres en cualquier parte del desierto o encaramado en alguna meseta desnuda, barrida por el viento con nieve o con cuarenta grados calientes. La  bella muchacha india (porque tiene que ser bella y con un hermoso trasero) siguiéndome o bien esperando con su familia, tejiendo sus encantadoras cobijas de lana, plasmando en ellas la simbología ancestral de su pueblo

- ¿Y Clemencia?

- Es extraordinaria. Pero un hombre, un montañista, necesita una mujer real. Clemencia viaja mucho por esos planetas de los espacios siderales. Es la medida de su anhelo de libertad. Los niños, es decir, los hijos, no necesitan una madre virtual. Precisan una madre que se ciña a las despiadadas leyes de la rutina hogareña y social. Por lo menos durante los primeros treinta años de su formación académica.

- Quizá tengas razón... En todo caso no hay que malgastar la fe en amores sin porvenir, canta Zitarrosa. No hay por qué hacer un drama.

- En el mundo hay millones de Clemencias y otros tantos millones de Torringtones.

Pues sí, Clemencia era bella y él se sentía contento en su proximidad. Pero la falla  que él encontraba de esta belleza es  cuando se preguntaba qué puede ella aportar en la vida diaria, de un hogar, si gusta de permanecer la mayor parte de su tiempo viajando por las estrellas... 

De pronto se me ocurrió algo para hacer que Clemencia se olvidara de los viajes interplanetarios.

-¿Qué es eso?-preguntó Cork desde su litera metido hasta las orejas en su bolsa de plumas.

-Es sumamente sencillo. Obséquiale un teléfono móvil.

Al punto Cork comprendió lo malévolo de mi plan.

-No tengo derecho para aplicarle eso. Además, sólo sería pasarla de una obsesión otra y la convivencia con la humanidad quedaría sin haberse restablecido…




Justificación de la página

Seguidores